Educación y compromiso

<p>Educación y compromiso</p>

FAUSTO MOTA GARCÍA
Las actuales circunstancias que hoy vive la sociedad dominicana exigen que provoquemos una reflexión individual y colectiva que pueda conducir a la búsqueda y el encuentro de caminos novedosos y respuestas viables en lo concerniente al quehacer educativo.

Lograr una educación adecuada implica necesariamente una enorme responsabilidad con el represente y el futuro de nuestros niños/as, jóvenes, adolescentes y profesionales. Constituye dar un paso al frente, afrontando con entereza y coraje el desafío de construir un mundo mejor y posible a través de un sistema educativo que posibilite la cualificación de los recursos humanos y la conformación de una generación con visión y misión social basamentada en ideales, competencias, vocación de servicio y sobre todo en el amor a los semejantes.

Educar, en esencia es un compromiso, que encierra el reto de enseñar a construir destinos diferentes orientados en la solidaridad y la cooperación.

Platón el gran filósofo griego escribió cuatro siglos antes de Cristo: «Más importante que la ciencia de gobernar al pueblo es la ciencia de educar a la juventud». Lo que evidencia que siempre las mentes pre-claras han descodificado correctamente el trascendente papel que juega la educación en el abanico social y en el avance sostenido de los pueblos. En lo más profundo de su formación y en las propias características de cualquier conglomerado social están imperceptiblemente diseminados los alcances de su cultura, sus propósitos, metas, sueños, utopías y realizaciones. No en vano Jhon Dewey (1859-1952) un famoso filósofo y educador de Norteamérica afirmaba: «La educación puede eliminar males sociales manifiestos, induciendo a los jóvenes a seguir caminos que eviten esos males.

Estamos todavía lejos de comprender la eficiencia social, de comprender que ella representa no sólo el desarrollo de los niños y adolescentes de hoy, sino también el perfeccionamiento de la futura sociedad, que ellos habrán de constituir».

No obstante, es irrebatible que para que la educación juegue ese rol transformador será necesario cambiar drásticamente las políticas, estructuras, metodologías, estrategias y fundamentalmente las actitudes y el comportamiento del Estado, la familia, los gremios, iglesias, partidos políticos, profesores, padres, alumnos y toda la sociedad civil en el más amplio espectro social posible, como se acordó en el marco de la declaración general del Congreso del Foro Presidencial por la Excelencia de la Educación Dominicana recientemente realizado.

Pasar de un rol pasivo a uno mucho más activo y positivo, de una actitud protestataria a propuestas realizables y alcanzables y trabajar sin desmayo en procura de elevar los niveles de calidad del sistema educativo nacional. Si damos como un hecho que la educación es la piedra angular del desarrollo como se ha demostrado en diferentes escenarios, entonces es a través de ella que pueden obtenerse nuevas realidades e impulsarse por su conducto los cambios que proporcionen los estándares de calidad y competencia que demanda esta sociedad global en que vivimos.

Señala Drucker (1994) que la escuela es la organización responsable de producir los avances indispensables para el fortalecimiento institucional y que esa escuela deberá ser la propulsora de los cambios del presente, direccionando desde su seno la articulación conjunta de las organizaciones del entorno, bajo una dinámica de procesos trascendentes, creativos e innovadores para producir la verdadera transformación. Hablamos, obviamente, de un escuela pluralista, abierta, democrática y participativa, a la luz de los fenómenos sociales que se gestan con actores proactivos, dinámicos y emprendedores, capaces de producir la sinergia necesaria para involucrar en los procesos a todo el tinglado moral, sociopolítico y económico del entorno.

Los diferentes sectores están en el deber y el compromiso de coadyuvar en la presente coyuntura para crear la conciencia y la disposición necesaria en la perspectiva de fortalecer esa nueva realidad anhelada. El compromiso es nuestro e impostergable, el momento es ahora, es ya. Al asumirlo con gallardía y decoro debemos sentir el gran regocijo de que estamos definiendo el cauce limpio y puro a través del cual correrán las aguas cristalinas que saciarán la sed de la ignorancia y podrán abandonar el terreno fecundo donde crecerán a plenitud el conocimiento, el progreso, la equidad y la solidaridad.

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