El mandato legal ha sido explícito, una y otra vez reiterado con nuevas normativas, pero una y otra desoído, obviado, marginado o parcialmente cumplido, sin que la educación ambiental logre el avance requerido. Sin que el sistema educativo se empeñe en forjar una nueva ciudadanía en la que prevalezcan valores y actitudes que permitan una relación armoniosa entre la sociedad y la naturaleza.
Hace 39 años se promulgó la Ley 295, primera que hizo obligatoria la educación ambiental en escuelas y colegios, tiempo suficiente para que la República Dominicana tuviera una generación con conciencia ecológica, una ética que le permita optar libre, crítica y responsablemente por acciones de conservación. Una ciudadanía llamada a detener la destrucción de los recursos naturales, prevenir los daños y enfrentar los efectos del cambio climático.
Más que suficiente, desde que medio siglo atrás se promocionara en el país la preservación de la naturaleza, a raíz de la Conferencia de Estocolmo, en el 1972, la cual colocó el tema medioambiental en el primer plano de las preocupaciones internacionales.
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Un camino educativo
Cada cambio exige un camino educativo. La protección ambiental no está exenta, una necesidad impostergable, un propósito plasmado en leyes que, como muchas otras, se ignoran, se marginan.
Un camino que hay que recorrer a la par con las acciones aplicadas por las instituciones responsables de proteger el medioambiente, de prevenir y actuar ante los embates del calentamiento global.
Lograrlo es tarea urgente, propiciando desde el hogar y las aulas un cambio de mentalidad, formando niños y jóvenes que sean multiplicadores de buenas prácticas ambientales en la comunidad.
Surgiría una ciudadanía decidida a reclamar el derecho constitucional de un ambiente sano para toda la colectividad, comprometida con acciones que eviten la pérdida de bosques, suelos y acuíferos superficiales y subterráneos, la contaminación de ríos y mares, ahogados en sargazos, plásticos y otros desechos.
Loables excepciones
En el país existen centros educativos, principalmente privados, que han sido galardonados por entidades locales e internacionales en reconocimiento a proyectos conservacionistas. Y aunque aún no se han convertido en las denominadas escuelas verdes, van tomando el color de la esperanza.
Sin embargo, esas loables acciones no responden a una estrategia nacional aplicada conforme a la ley vigente desde el Ministerio de Educación. Son iniciativas aisladas y, consecuentemente, en RD es precario el desarrollo de la educación ambiental.
La enseñanza orientada a preservar el agua, aire y suelos, flora y fauna, toda la biodiversidad está muy rezagada. Dista mucho ante la urgencia de un equilibrio ecológico, de resarcir los daños ambientales reversibles, de solucionar el inadecuado manejo de desechos sólidos, agravado por lluvias que dejan basureros putrefactos, criaderos de virus y bacterias que el viento esparce, provocando enfermedades.
Un Cambio de mentalidad
Se impone un cambio de mentalidad, de patrones de conducta, hábitos de consumo y paradigmas económicos de producción que conduzcan a un desarrollo sostenible.
Afianzar la convicción de que el modelo de desarrollo vigente conlleva graves daños medioambientales: contaminación, deforestación y pérdida de la biodiversidad, situación insostenible que debe cesar impulsada no sólo por el gobierno central y municipios, también desde hogares y escuelas, desarrollando en la población un compromiso con el medio ambiente. Sería posible con la educación ambiental formal e informal, incesantes y efectivas campañas educativas a nivel nacional, de procesos de aprendizaje iniciados en la infancia.
El hogar y la escuela son los escenarios idóneos para impulsar cambios dirigidos a una nueva perspectiva educativa que estreche lazos entre el ser humano y su medio. Que se interese en conservar la biodiversidad, de la naturaleza como soporte de la vida y por su valor ecológico, económico y recreativo.
El programa educativo debe ir más allá de la sensibilización en temas ambientales, precisa de un involucramiento emocional, cognitivo y conductual.
La experiencia de otros países nos dice que la educación ambiental no debe limitarse a contenidos conceptuales, a una metodología enciclopedista, estrictamente disciplinar.
Exige un nuevo enfoque interdisciplinar que centre las actividades en el análisis del medioambiente, combinando teoría y práctica. No limitarse a lo teórico, interviniendo la escuela con acciones puntuales, programas de evaluación y seguimiento.
Se trata de un proceso permanente en el aprendizaje de valores, conocimientos y destrezas, adquirir la experiencia y determinación que capaciten para actuar individual y colectivamente en la prevención y solución de los problemas ambientales actuales y los que se vislumbren para el futuro.