Educación, cambios y prisiones

Educación, cambios y prisiones

JACINTO GIMBERNARD PELLERANO
Horrible cosa sería que se lograra una globalización total. Que un chino fuese igual a un hindú o a un latinoamericano, aunque muy deseable sería que hindúes y latinoamericanos lográsemos la disciplina de los chinos, porque nuestros retrasos -de los cuales ya la India se despereza y avisa de nuevos propósitos y actitudes- no se deben a inferioridades de ningún tipo, sino a tradiciones culturales (culturales en ancho sentido sociológico) y a carencias en la educación positiva de las naciones.

Recientemente me enteré de que, por lo menos en Taiwán, la educación es obligatoria no sólo en niveles elementales, porque no se trata de alfabetizar sino de educar hasta que el joven pueda ser un ente útil a la sociedad.

Capaz de ofrecer eficientemente lo que la sociedad necesita para avanzar, para producir riqueza o bienestar masivo, para disminuir al mayor grado posible la distancia entre quienes poseen inmensas fortunas y quienes carecen de lo mínimo para vivir dignamente.

Naturalmente que una disposición tal tiene que ser impuesta.

Si un alumno falta a clases en Taiwán, el profesor está obligado a investigar la razón, y si no es verdaderamente válida, y se repite la ausencia, debe reportarla y los padres o tutores son sistemáticamente castigados, en ocasiones hasta con prisión. ¿Excesivo?

Pero allá no se encuentran niños y adolescentes vagando por las calles, dedicados a la mendicidad organizada o a distintas formas de delito, incluyendo el robo y el asesinato.

No abrigo dudas respecto al interés educativo del presidente Fernández y sus altos funcionarios del área, pero es necesario crear una obligatoriedad y un enseriamiento de los procesos educacionales. Para que veamos con mayor claridad -si hiciera falta- lo mal que andamos; tenemos la extensa y absurda huelga de profesores en la Universidad Autónoma de Santo Domingo, resuelta de una manera ridícula. Con la fórmula que podría haberse aplicado de inicio, sin dañar a los estudiantes con trágicas lecciones de insensatez.

Esperemos que, al fin y al cabo, la lección sea provechosa, porque enseñe que las actitudes insensatas no conducen al éxito.

Me anima que, al parecer, nuestra gente empieza a pensar. A pensar bien.

Muchos dominicanos se cuestionan cuán enormes deben ser los beneficios de resultar electos como senadores, diputados, síndicos o regidores, cuando se invierten fortunas astronómicas en campañas -a menudo ridículas- para alcanzar posiciones de “representantes” del pueblo. Y se ofrece y promete de todo, con un descaro aperplejante, a sabiendas de que lo perseguido es el caudal de beneficios, ONG’s y privilegios “no santos” que los volverán a llevar lejos de sus “representados”.

¿Propongo un Estado de fuerza? No.

Propongo un Estado más fuerte y ejemplarizador. Que es otra cosa.

El tranvía de Santo Domingo ya hay que tragárselo. Esperamos que sea tan beneficioso como se anuncia y que no sea detenido por cambios políticos, pero hay que apretar tuercas: policiales, militares, comerciales, industriales e independientes. El narcotráfico nos ahoga. El gran auge de la criminalidad tiene mucho fundamento en el criminal negocio de la droga.

¿Que se trata de algo muy complicado? Depende. No lo es tanto si se atacan a las cabezas.

Si se requiere construir una cárcel que abarque toda la isla Saona, u otra más pequeña, como La Roca de Alcatraz frente a San Francisco de California, hagámosla. Por Dios. Y llenémosla sin contemplaciones mediante una rigurosa y justa aplicación de la justicia.

Esa sería una magnífica inversión.

Esto hay que corregirlo.

Y no puede ser por las buenas.

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