Luego de saludar a la clase, la rutina de la maestra era siempre la misma, tomaba un pedazo de tiza y escribía la fecha en la pizarra. Lo siguiente era plasmar una idea alusiva al dictador Rafael Leónidas Trujillo Molina, que luego era comentada durante la jornada.
Mientras, en el patio, grupos de alumnos en perfectas filas ejercitaban marchas militares, con sus zapatos brillantes, uniformes impecables y crispados por la insistencia de la plancha.
Durante los 30 años de la dictadura, las escuelas sirvieron como un mecanismo más de adoctrinamiento y sumisión, que enseñaba el orden y limpieza, a través de un profundo temor, y que sobre todo, fomentaba admiración por la figura del caudillo.
Los actos, efemérides, programas académicos y en sentido general la rutina escolar conspiraban durante la época para crear fascinación por Trujillo, que se continuaba en los pasillos, aulas y oficinas, por la colocación de las fotos del sátrapa.
Curiosamente, se trata de una costumbre que persiste hasta estos días, en las instituciones y oficinas del Estado, donde se colocan copiosas imágenes del Presidente de la República.
Trujillismo escolar. Al inicio de la dictadura, en el país no había Ministerio de Educación sino una Superintendencia General de Instrucción Pública, la cual estaba adscrita a la Secretaría de Estado de Justicia.
Sin embargo, el 31 de diciembre de 1934 esa institución fue suprimida y se creó la Secretaría de Estado de Educación Pública, Bellas Artes y Cultos, siendo su primer titular el poeta Ramón Emilio Jiménez.
En su gestión, el también folclorista escribió cantos y poesías a la Bandera Nacional, a Francisco del Rosario Sánchez y a Ramón Matías Mella, que aun son entonados en los centros.
Pero, al mismo tiempo, fue durante la gestión de Jiménez que las escuelas públicas del país se llenaron de un ambiente trujillista, que se evidenció en acciones de propaganda.
En una serie de ensayos sobre la educación en la Era de Trujillo, el profesor Jesús de la Rosa, asesor de Educación, explica que en 1935, para conmemorar el Día de la Escuela, en todos los planteles públicos se realizó la Campaña del Chele, mediante la que todos los estudiantes debían aportar un centavo para regalarle al hijo del dictador, Ranfis, una medalla por sus altos méritos. Ranfis entonces solo tenía 5 años de edad.
También, a los directores de centros se les ordenó organizar actos para hablar de las razones para cambiar el nombre de la capital de Santo Domingo a Ciudad Trujillo.
Además, mediante circular, el secretario Jiménez exhortó a los directores de escuelas a difundir la sabia política que, para bienestar de todos los dominicanos, llevaba a cabo el generalísimo Trujillo, primer maestro dominicano.
En sentido general, durante los años de la dictadura, los programas académicos tenían el objetivo de lograr la adhesión al régimen, a través de distintos mecanismos infiltrados. Todos los libros impresos por el Estado traían una imagen y mensaje del sátrapa.
Además de Jiménez, en la primera década de la dictadura dirigieron la Secretaría de Educación los maestros Víctor Garrido, Virgilio Díaz Ordóñez, Arturo Logroño, Emilio C. Joubert, Max Henríquez Ureña, Osvaldo Báez Soler, Pedro Henríquez Ureña y otros.
Al día de hoy. Al inicio de la dictadura, en 1930, la población escolar era de 50,739 alumnos y la población nacional estaba estimada en 1,250,000 habitantes. Solo un 4 por ciento de los niños en edad escolar asistía a la escuela.
El sistema educativo nacional disponía de 526 escuelas primarias y 52 secundarias, de las que 400 se ubicaban en la zona rural.
No por casualidad el analfabetismo era la principal preocupación del régimen, arropando hasta a un 90% de adultos.
En los siguientes 50 años, el sistema educativo tuvo un crecimiento acelerado y progresivo, principalmente vinculado a los planes de construcción masiva de recintos y a los esfuerzos para inclusión de niños que estaban fuera de las aulas.
Para el año escolar que recién concluyó, el sistema educativo registró una matrícula total de 2,648,649 estudiantes, distribuidos en 11,093 centros educativos públicos y privados en todo el país, que laboran en dos y hasta tres tandas de clases.
Contrario a lo que ocurría en los años de la dictadura, la mayoría de centros están ubicados en la zona urbana y tienen en su gran mayoría dos y hasta tres niveles, no solo uno, como entonces.
A pesar de que durante los años de la dictadura el analfabetismo era uno de los principales problemas educativos, la estadística de personas que no saben leer y escribir se han reducido considerablemente.
En 1960 el analfabetismo se estimaba en 35% de la población de 15 años y más, de ahí se redujo a 11%, en 2005, y ahora se estima en alrededor de 9%.
Empero, los avances del sector se han quedado cortos en materia de calidad, por lo que los estudiantes del país se ubican en los últimos puestos de las evaluaciones internacionales. Los resultados de las pruebas nacionales también son penosos, con bajas notas especialmente en Lengua Española y Matemática.
Su salida de la escuela. Aunque fue un proceso paulatino, que tardó años, el trujillismo ha salido de la escuela dominicana.
Primero, se notó en un silencio temeroso que obligó a evitar los temas relacionados con Trujillo y su familia, y que se manifestó en su salida de los libros de texto y, más tarde, en una crítica abierta a las violaciones de derechos ocurridas durante el régimen.
Los 30 años de la dictadura son estudiados en los sectores público y privado de forma abierta, y con libertad en las aulas para la expresión de opiniones y críticas.
Las claves
1. Trabajo extra
Durante los años de la dictadura, a los profesores se les exigía salir a las calles a buscar alumnos que no estén asistiendo a la escuela, para llevarlos casi forzosamente. La idea era incrementar la matrícula estudiantil a nivel rural y urbano.
2. Las efemérides
Era común en los años de la tiranía que en las escuelas se celebrara como una efeméride el natalicio del caudillo, el 24 de octubre, y otras fechas ligadas a la familia Trujillo. Por la ocasión, se hacían fiestas y marchas.