Antes de dejarse atrapar por las críticas de una realidad que comenzamos a dejar atrás, vengan a ver a nuestras escuelas: las mejores atendidas y peores atendidas, y apreciarán los primeros resultados de una apuesta seria y bien articulada, para revertir lo que históricamente ha pasado en el aula dominicana.
Acompáñenos al Centro de Excelencia de Media República de Colombia, en el ensanche Luperón, pero vengan a ver qué ocurre en la Escuela Emma Balaguer de Sabana Perdida, en la Escuela Pedro Alejandrino Pina, en Luperón, de Puerto Plata, en la Escuela de Educación Especial, San Martín de Porres, de Dajabón, o en la Escuela Las Merceditas, de Pedernales y en todas las escuelas con el Nivel Inicial y el Primer Ciclo de Básica, que ya trabajan con el Texto Integrado y la Convergencia de Medios.
Entonces podremos ponderar si una revolución educativa ha de circunscribirse sólo a un tema de inversión o a la conjunción de los múltiples factores que envuelven una actividad de humanos y entre humanos: como lo es la educación.
La inversión en Educación ha estado enjaulada históricamente, en el laberinto del 2% del PIB, porque se trata de un problema estructural, que estamos obligados a superar en el menor tiempo posible.
¿Por qué es estructural? Es estructural porque en los últimos 60 años, la República Dominicana ha exhibido un crecimiento sostenido de su economía, paradigmático en la región, sin embargo en ese mismo período el país no ha rebasado, no se ha acercado a invertir el 3% de ese Producto Interno Bruto en Educación.
¿Falta de visión o sensibilidad de un gobierno? No, de toda la sociedad que en dictadura y en democracia, gobernando rojos, blancos o morados, no se ha impuesto para retribuir adecuadamente a la principal empresa del país: la empresa educativa.
Ni en tiempos de bonanza, que los hemos tenido y mucho menos en tiempo de crisis, que también nos han impactado, la República Dominicana ha podido equiparar la tasa promedio de inversión en Educación de la Región, que dista de ser el mejor ejemplo en el mundo; es decir, somos el país de más baja inversión entre los países peores inversores del mundo.
Nuestra situación se ve agravada por el doble o triple efecto de fenómenos que, siendo coyunturales o episódicos en el buen sentido de la palabra, se han convertido en rémoras permanentes de un mayor y mejor esfuerzo del gobierno del Presidente Leonel Fernández, para cumplir con los objetivos de desarrollo social y humano que se han planteado las naciones para los primeros tres lustros del presente siglo.
Para muestra un botón: nuestro gobierno hizo ingentes esfuerzos por dotar a educación y salud de los presupuestos requeridos para estas dos áreas vitales del desarrollo social y humano para el 2011 y pudo colocar RD$10 mil millones como incremento combinado en los respectivos presupuestos de estos ministerios; mientras esto ocurría, el viejo orden económico internacional: FMI, exigía no rebasar el déficit fiscal mínimo permitido (1.5% PIB) para el 2011, que le permitiera certificarnos como nación económicamente viable, al tiempo que exigió entregarles al Banco Central y al negocio eléctrico la friolera suma de RD$38 mil millones (casi el presupuesto de salud o educación), para que encuadremos en sus condicionalidades.
Los críticos del gobierno aducen entonces: ¿y los 13 mil millones del metro?, ¿y el dinero invertido en túneles y elevados?, parecería que lo irracional es esto último y no lo primero, en momentos en que Barack Obama entrega 30 mil millones para las Pymes y anuncia otros 300 mil para construir ferrocarriles, puentes y carreteras, a fin de estimular la dinámica económica ante la más grave crisis financiera mundial, de la cual no se termina de salir.
Para invertir más en educación, en salud, en agua potable, en vivienda, en desarrollo social, los gobiernos deben recaudar más y no se recauda más en una economía, si esta no crece y el sector productivo pueda pagar más impuestos.
En la escala de prioridades, como también se aduce, deben ponderarse todas las variables. Hemos sostenido que lo que ha recibido históricamente el sector educación es absolutamente insuficiente y aún así, dentro y fuera del gobierno, algunos se alarman de los resultados educativos. Ahora, ¿el problema es sólo financiamiento? Definitivamente no, por ello hemos hablado de una mayor y mejor inversión, no sólo necesitamos más, sino gastarlo mejor.
La educación es un proceso, no un acto de magia; no se trata sólo de insumos, sino de enfoques y de procesos para poder arribar a resultados satisfactorios; recreo a propósito una experiencia reciente, durante una comparecencia que tuvimos, junto a la ministra de Educación de Panamá, Lucy Molinar, en el concilio de Las Américas, ante un selecto grupo de empresarios, cuando uno de los comensales nos preguntó cuál era la inversión en educación en nuestros países y su impacto en la calidad de los aprendizajes de los alumnos. La ministra Molinar respondió directa y escuetamente: el 9% del PIB y los resultados no pueden ser más desastrosos y cuando todos los ojos se fijaron en mí, riposté, en mi país, el 2% del PIB con iguales resultados.
En nuestro caso, y ante los insuficientes recursos que nos roba parte del aliento para avanzar, sin embargo no nos paraliza, hemos tomado de la mano la creatividad, el ingenio, el compromiso y estamos impulsando lo que el presidente Fernández calificó como una verdadera revolución educativa, que rompa fuentes, que tome por asalto la conciencia colectiva y entonces puedan llover aprendizajes sobre la escuela dominicana, como café en el campo.
¿Cuál ha sido nuestra estrategia? ¿Qué estamos haciendo Hoy en el sistema educativo dominicano? ¿Qué significa para nosotros como gobierno, una revolución educativa? Aunar voluntades, conjugar todos los esfuerzos de los actores involucrados para que ocurra algo diferente en el aula dominicana, que es donde se pierde o se gana la batalla para que nuestros niños, niñas y jóvenes aprendan.
Acciones. ¿Cuál es nuestra apuesta, traducida ya en acciones concretas? La impronta de una educación de calidad para todos, en cada uno de nuestros países, no puede limitarse solamente al tema de cobertura, en el que objetivamente hemos avanzado, mas es necesario hacer el énfasis en la agenda pendiente, que es la calidad del servicio educativo.
En el sistema educativo dominicano hemos centrado los principales proyectos en tres esferas o dimensiones; que tienen que ver en qué y cómo aprenden los niños y jóvenes; en cómo enseñan nuestros maestros y maestras, y cómo trabaja la escuela. Una escuela que no la entendemos de otra manera que no sea acompañada social y pedagógicamente, innovada, y por consiguiente, efectiva.
Los proyectos que hemos estado impulsando se centran en garantizar que los niños, niñas y jóvenes aprendan, a partir de la definición de unos indicadores de logros curriculares, como desempeños básicos que deben cumplir los niños y niñas desde los cinco años, hasta el Cuarto Grado de Educación Media o bachillerato. En estos indicadores se identifican los desempeños por grados y niveles del sistema educativo dominicano.
Hay que hacer el énfasis en quiénes hacen la diferencia en la calidad del proceso, que son los docentes. Tenemos que hacer corresponder esos indicadores de logros con unos indicadores del desempeño del docente. Se busca identificar unos perfiles de competencia y una práctica de aula que sea cónsona con esos indicadores o desempeños que esperamos en todos nuestros alumnos.
En términos de la participación de la familia, hemos concebido como fundamental la integración de los padres y madres en Comités de Cursos por aulas; de esta manera se propicia que den seguimiento al proceso formativo de sus hijos e hijas, al qué y cómo aprenden, posibilitando que se involucren comprometidamente con todas las dimensiones de su desarrollo; buscando al mismo tiempo reforzar los valores, los buenos hábitos, la responsabilidad medioambiental en perspectiva preventiva y la cultura de paz.
Estas tres dimensiones constituyen lo que hemos denominado el Triángulo Virtuoso del Aprendizaje: Alumnos aprendiendo, maestros (as) mediando y animando ese aprendizaje y familias acompañando en verdaderas escuelas efectivas, en el marco de la Misión 1000 x 1000, que propugna por garantizar en nuestras escuelas al menos mil horas de docencia efectiva, llenando esas mil horas de enseñanza de calidad.
Nuestra apuesta es integral y utiliza todos los medios posibles para apoyar el proceso de aprendizaje de nuestros estudiantes. Sólo así podremos conectar las expectativas de los alumnos del siglo XXI con nuestra vieja escuela, remontada a los escenarios del presente. Se trata de brindar más y mejores oportunidades educativas, desde el ámbito de mayor impacto que tienen los pueblos para la construcción de ciudadanía y el desarrollo humano sustentable, como lo es la educación.