Educación médica en Dominicana

Educación médica en Dominicana

A más de medio siglo de haber iniciado los estudios de medicina en la entonces denominada Universidad de Santo Domingo, podemos extender la mirada crítica sobre el proceso de educación superior en la República Dominicana. Tanto en la enseñanza de pregrado como en la de especialidades médicas, el énfasis en la formación profesional ha sido sobre el manejo y tratamiento de las enfermedades. Estrenando un nuevo milenio aún predomina el modelo curativo.
La gente común se alegra y satisface cuando el gobierno anuncia la construcción e inauguración de un nuevo hospital, algo parecido al emocionarse con la apertura de nuevas funerarias y cárceles. De nada ha valido el aporte de la ciencia al conocimiento de la génesis de las dolencias, las causas básicas de morbilidad y mortalidad en la población, así como de los distintos factores que contribuyen a los altos índices de criminalidad y de hechos sangrientos en el país.
Aceptamos como buena y válida la fatal inevitabilidad de los quebrantos en la salud, la violencia criminal, los accidentes, el hambre y la pobreza. Nos entrenan para ser entes reactivos más que proactivos. Aún no ha sido sembrada en la psiquis de los técnicos y profesionales de la salud el viejo adagio chino donde se nos advierte que una dosis de prevención vale más que mil dosis de cura. ¿Tienen conciencia gobierno y sector salud de que en un país de recursos financieros limitados la mayor inversión debe hacerse en promover hábitos sanos, así como en prevenir las afecciones infecto-contagiosas y la detección temprana del cáncer? ¿Cuál es el monto del presupuesto asignado a la investigación en el ámbito sanitario? ¿Investigan nuestras escuelas de medicina? ¿Cuáles y cuantos descubrimientos hemos realizado acerca de los achaques más frecuentes en nuestro medio? Las respuestas a tan inquietantes interrogantes quedan flotando en el viento, tal y como dice la bella canción de Bob Dylan, premio Nobel 2016 de Literatura.
Históricamente nunca hemos contado con un modelo sanitario autóctono, siempre se nos ha impuesto un formato extranjero gracias a nuestra situación de dependencia. Ni siquiera en la Era de Trujillo se instaló un genuino sistema sanitario dominicano que respondiera a la idiosincrasia y realidad social criolla.
Aspiramos a que más temprano que tarde el pensamiento patriótico duartiano se imponga sobre la ola globalizadora, y a que los centros superiores de enseñanza se alimenten de la savia popular para que así se puedan conjugar el servicio y la investigación con la docencia. De esa manera conseguiremos desentrañar todos los factores negativos que inciden en la alta frecuencia de morbilidad y mortalidad materno infantil que tanto afean las cifras estadísticas dominicanas.
Solamente indagando cómo se desenvuelven nuestras embarazadas e infantes en un ambiente hostil a la vida sana podremos desarrollar estrategias efectivas para mantener en salud a la familia. Debemos conocer lo que come la gente pobre, cuánto ingiere y con qué frecuencia lo hace; saber cómo vive, e investigar el por qué los grandes centros urbanos se han tornado en fábricas de delincuentes. Conocer a fondo la disponibilidad de agua potable en las casas; el servicio eléctrico, transporte y fácil acceso a los centros de atención primaria.
Apostemos a mantener un pueblo sano y feliz, que si enferma lo curemos a tiempo, y que si requiere rehabilitación cuente con ella. No nos engañemos, hay que cambiar el modelo; todavía estamos a tiempo, ¡manos a la obra!

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