Educación, pan y salud

Educación, pan y salud

Haber tenido la dicha de contar con la experiencia brindada por más de seis décadas de vida equivale a poseer un tesoro cuyo precio es difícil valorarlo. Ello representa tres generaciones en un solo individuo, algo parecido, aunque guardando la distancia, a eso de ser el padre, el hijo y algo más.

Tener esa edad en la República Dominicana significa que no puede distorsionarse frente a nosotros lo que implicó para el país la era de Trujillo en los ámbitos social, cultural, económico y político.

Nadie osaba expresar que la miseria que lo arropaba lo estaba matando, aun cuando el hambre se le notara a leguas por encima de la remendada y sucia vestimenta. Si alguien preguntaba al respecto, el miedo llevaba al infeliz a responder de modo automático que todo estaba muy bien.El generalísimo era el primer maestro, el jefe de todos los hogares y el insigne padre de la patria nueva. La paz era la del palo representado por la macana del policía acompañado por el aterrador silencio de los muertos.

Estoy de acuerdo en que no se puede vivir en el pasado; sin embargo, sigue siendo una verdad de Perogrullo que los pueblos que olvidan su historia se ven más temprano que tarde condenados a repetirla. Poder almacenar en la memoria sesenta y seis primaveras con sus respectivos verano, otoño e invierno implica tener las fuerzas de Sansón en la razón cuando aseguramos que a la larga se le hace daño a la persona tratada como mendigo, ya que ésta pierde su dignidad tornándose en un eterno pedigüeño. En vez de regalarle un pescado, resultaría más beneficioso diligenciarle una caña y enseñarle a pescar.

Las dádivas hacen sentir inferior a quien las recibe y suelen volver engreído y prepotente al donante.

Nadie se vuelve criminal o delincuente en el útero de su madre, la sociedad fabrica sus malhechores. Por ello no deja de ser una irresponsable e hipócrita actitud la de aquellos que pretenden combatir la violencia juvenil endureciendo la pena carcelaria.

El crónico desequilibrio entre las prioridades sociales y la incapacidad financiera del Estado para responder con eficacia y eficiencia a tales reclamos genera una situación deficitaria en donde más de la tercera parte de la población joven carece de los conocimientos y destrezas indispensables para granjearse un empleo bien remunerado que le permita vivir de manera decente y con buena alimentación. Tantos años me han dotado de un profundo convencimiento sobre la necesidad de invertir en educación para generar las herramientas intelectuales y las destrezas tecnológicas modernas requeridas para vivir en la gran aldea global.

Sin una buena educación que abarque a toda la población nadie garantiza seguridad en los trabajos a través de los cuales se generan los bienes y servicios que la sociedad demanda. Un pueblo mal alimentado es un pueblo enfermo y sin salud se pierde cantidad y calidad de vida. Invertir en la enseñanza reduce los mal gastos en cárceles, hospitales y cementerios; tres generaciones me lo han enseñado.

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