Educación, salud y mujer

Educación,  salud y mujer

Diversos estudios han mostrado que las mujeres enferman y mueren de manera diferente a los hombres y que la situación social de la mujer está en estrecha correlación con su morbilidad y mortalidad.

Se ha encontrado que el proceso por el cual un individuo se define como enfermo y decide actuar para la atención de sus síntomas, depende de qué tan comunes y aceptados son tales síntomas en un determinado grupo.

En consecuencia, las expectativas sociales que se tienen de las mujeres están en estrecha relación con aquello que la misma mujer percibe, interioriza y define como enfermedad.

Por ejemplo, algunos estudios han mostrado que la forma en que la mujer interioriza y concibe su salud, está muy vinculada con aquello que le permite o no desempeñar sus funciones cotidianas.

Otros estudios han señalado también que la misma formulación de informes estadísticos sobre la salud de las mujeres está influida por determinaciones de género.

Algunos ejemplos podrían aclarar este punto: los registros de mujeres que presentan heridas por violencia doméstica (en el 87 por ciento de los casos el hombre es el agresor y en el 90 por ciento la víctima es la mujer), están subestimados en las estadísticas oficiales, debido a que no se menciona ni se denuncia a los agresores ni se establece cómo sucedió la agresión.

Generalmente, cuando se llegan a registrar estos casos quedan clasificados como accidentes.

De ahí que la Organización de las Naciones Unidas sostenga que la violencia contra las mujeres es el crimen encubierto que más se da en el mundo.

La falta de identificación del problema de la violencia contra la mujer trae como consecuencia que no se imputen de responsabilidades, lo que contribuye a perpetuar el fenómeno.

Otro ejemplo se refiere al creciente número de mujeres afectadas por problemas mentales, hecho que está asociado directamente con su discriminación, con el hostigamiento sexual, la violencia física y psicológica (cada vez es más evidente tanto en el hogar como en el trabajo), la baja condición social y el hecho de contar con un trabajo no retribuido adecuadamente en términos sociales y económicos.

Sin embargo, los problemas relacionados con desórdenes de la personalidad y la depresión tienden a registrarse e interpretarse como asuntos meramente individuales y privados, sin considerar la posición que tienen las mujeres en la sociedad. Es decir, las cifras y sus explicaciones no favorecen el análisis del bienestar social de la mujer (o la falta del mismo).

Por otra parte, algunos estudios informan que en el mundo, dos de tres mujeres sufren de anemia crónica, desnutrición y fatiga severa y, como consecuencia, presentan una mayor susceptibilidad a infecciones de los aparatos respiratorio y reproductivo.

La fatiga acumulada en las mujeres tiene una base importante en la falta de una buena nutrición y en la cantidad de obligaciones y deberes sociales que se les asignan por el mero hecho de ser mujeres.

Para muchas el trabajo de la casa y el cuidado de los hijos implica una ocupación de tiempo completo, mientras que para otras constituye una doble jornada, ya que gran número de madres solteras, mujeres abandonadas o divorciadas, tienen a su cargo el cuidado y sustento total de la familia. Algunos estudios indican que, en general, estas mujeres son más vulnerables al estrés y al aislamiento social.

La falta de información, educación y apoyos sociales para las mujeres tiende a hacer aún más vulnerable su situación de salud.

La vinculación entre la condición de género y la salud es tan clara, que organismos internacionales como la Organización Panamericana de la Salud han sugerido que lo importante para la salud de las mujeres no es tanto la educación en salud, sino la alfabetización y el acceso a la educación en general, ya que esto último se asocia con procesos de empoderamiento que redundan en la salud de las mujeres.

Por otra parte, en la mayoría de las sociedades las mujeres están sobrerrepresentadas en los estratos socio económicos bajos, donde es conocida la incidencia de niveles de educación y salud más bajos. Aunque la pobreza en algunos estratos sociales es sumamente severa tanto para mujeres como para hombres, se ha señalado que “los riesgos de pobreza son mucho mayores para las mujeres que para los hombres dado que en cada uno de los estratos sociales las mujeres controlan menos recursos que los hombres”.

En síntesis, sin un análisis de las circunstancias en las que viven las mujeres, muchas de las políticas y programas de salud no pueden tener éxito. La desigualdad de género es un aspecto que debe ser considerado de manera central para mejorar la salud de las mujeres.

[b]PROGRAMAS DE SALUD PARA LAS MUJERES[/b]

Actualmente existe un número importante de proyectos (gubernamentales y no gubernamentales) que tienen como objetivo mejorar las condiciones de salud de las mujeres. Sin embargo, es importante aclarar algunos supuestos en los que se sustentan muchos programas y políticas de salud.

Los estereotipos en torno a la mujer tienden a destacar los factores biológicos y construyen esencialmente sobre éstos su ser social. El hecho de que la mujer sea reconocida socialmente sobre todo por su función reproductiva (y no productiva), ha ocasionado que se le dé más atención al control y supervisión de esta función: embarazo, parto y puerperio.

Estos sucesos de la vida de las mujeres tienen un lugar institucional dentro del campo de la medicina. Sin embargo, la atención a la salud de las mujeres es contradictoria, ya que si bien el énfasis se ha puesto en asuntos relacionados con su reproducción, cada año son muchas las mujeres que sufren y mueren por complicaciones en el embarazo y parto, por falta de recursos para un mejor cuidado, inaccesibilidad a los servicios de atención a la salud, falta de recursos económicos y de apoyo social, ausencia de información, etcétera.

Sin negar la importancia que tienen los programas de planificación familiar y salud materno infantil, se puede sostener que también son producto de una valoración primordial de la maternidad en la vida de la mujer, otorgándole mucho menos atención y seguimiento a problemas tales como las condiciones y riesgos en el trabajo, el impacto de las condiciones sanitarias inadecuadas, la violencia y el exceso de trabajo.

En análisis comparativos entre sociedades con diferentes niveles de desarrollo, se ha encontrado una correlación entre menores índices de mortalidad materna y mayor participación social y reconocimiento de los derechos básicos de las mujeres.

Los programas de salud en las comunidades también tienen presente el estereotipo de la maternidad como el atributo central de las mujeres.

Así, por ejemplo, no es difícil encontrar que los trabajadores de la salud ven a las madres como las únicas encargadas de nutrir, acompañar y cuidar a los hijos; esto es, en los programas de salud se relega a la madre a desempeñar una serie de tareas sociales como si se tratara de algo natural.

Por otro lado, muchos programas se basan en una visión de la salud como responsabilidad individual, y se limitan a transmitir información, en vez de analizar la realidad y cuestionar los papeles masculino y femenino como factores asociados a la morbilidad.

Esta dinámica se sostiene porque los trabajadores de la salud piensan que las cosas tienen que ser así, y porque numerosos hombres y mujeres esperan que esto pase debido a que por muchos años ésta ha sido la forma en que los programas y servicios se han puesto en operación.

Al no cuestionar la situación de la mujer, fácilmente se provoca que se culpe a las víctimas. Un ejemplo particular se refiere a las campañas de nutrición, en las que se presentan los mensajes como si las madres pudieran controlar la desnutrición de sus hijos a través de una mejor administración del gasto familiar.

Si se ignoran el género y la clase como asuntos objeto de reflexión, se termina trabajando con una estructura de mujeres que, desde ciertas funciones (educadoras, enfermeras, promotoras de salud), culpan a las mujeres mismas (en otros papeles: amas de casa, madres, agricultoras).

[b]CAMBIAR LA MENTALIDAD Y LA FORMACION[/b]

Las determinaciones de género se presentan a sí mismas como las únicas formas históricas posibles de desarrollo. Por ello, es necesario abrir espacios al análisis de los problemas de salud desde esta perspectiva.

Las mujeres deben adquirir poder de decisión a través del análisis de su problemática, cambiando el discurso “neutral” que, en la mayoría de los casos, se genera en el trabajo de educación en salud con mujeres.

En la formación de recursos humanos en salud, es necesario desarrollar un marco conceptual que identifique y organice de manera diferente la educación y la salud de las mujeres; es decir, que recupere, tanto en investigación como en docencia, una perspectiva de género.

Para lograrlo, es necesario el desarrollo y manejo de conceptos clave como patriarcado, género, etnia, clases sociales, y sexualidad, que permitan abrir espacios a la discusión y al análisis de los problemas de salud de las mujeres.

Este esfuerzo se verá enriquecido si se incorpora, además, un abordaje fenomenológico donde se reconozcan las experiencias de vida de las mujeres, donde se pueda valorar su diversidad y complejidad y donde las preguntas de investigación también se basen en la identificación de las necesidades de las mujeres.

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