Educación, sensibilidad y expresiones infantiles

Educación, sensibilidad y expresiones infantiles

Acabo de llegar a casa desde el supermercado cercano, en el cual practico caminatas, escapando de aquello de que quien no ejercita un músculo, lo atrofia.

En la recién pasada Navidad estos lugares están repletos de padres y madres que mayormente observan precios y realidades de su cartera.

Multitudes de niños, excitados, buscan lo mejor… y más caro, mientras se observan rostros tristes de padres que quisieran complacerlos, pero no pueden y disimulan sus estrecheces con argumentos que no valen nada. ¡Que si te compré nuevos uniformes y libros… cuadernos, bolígrafos, colores, gomas para borrar… materiales extras…!

Nada. El o la infanta con frecuencia irrumpe en una pataleta, lo que mi recordado amigo Matilla llamaba un “pipirilele” o “pipiritaje”, términos que producían la ancha risa de don Pablo Casals, quien me honró con su amistad en Puerto Rico y se divertía sobremanera con los “muñequitos de Tom y Jerry” aún en la hora en que estuviese aguardándolo el Gobernador de la isla.

Creo que el mejor consejo de este ilustre cellista fue: “Nunca deje que le quiten el niño que hay en usted… yo cuido mucho el mío”. Pero ser niño no significa ser desagradable y agresivo.

En verdad no se suele encontrar a menudo una niñez agradable, pero esta semana tuve el agrado de encontrarla en un supermercado.

Una niñita de algunos cinco años se había enamorado de un collar multicolor de plástico… una baratija. El padre se la compró. La niña, feliz, venía balanceándola aferrada a la mano de su progenitor, pero un apresurado mensajero tropezó con ella con tal violencia que el collar saltó en bolillas multicolores hasta lejanos puntos, esparciéndose entre el apresurado público que salía.

Yo estaba cerca. Lo que me impactó fue la reacción de la niña. En lugar de pataletas y griterías, ella le dijo a su padre: “Eso no es nada, papi, ahora vamos a divertirnos recogiendo las bolitas”. Es que había una tempestad de niñitos gritando y pataleando cuando no obtenían el costoso juguete que querían.

Me atreví a preguntarle al apacible señor: ¿Esta niña es tan comprensiva por la educación que le han dado ustedes o por naturaleza?

La madre me miró sin responder, como suelen hacer las mujeres jóvenes y hermosas cuando las aborda un desconocido. El marido sonrió y me dijo: “Las dos cosas. En casa yo no permito griteríos y aspavientos. Si se educa acerca del control de los modales y se demuestran los beneficios que dejan las buenas maneras, señor mío, los resultados son muy buenos. Por supuesto, la naturaleza ayuda… y no poco… Por cierto, yo sé quién es usted y que le gusta Shakespeare, así que debe haber leído ‘La doma de la bravía’ (Taming of the Shrew). Mi esposa no es una persona… digamos… ‘difícil’… pero tuve que convencerla de los beneficios del control y la persistencia de su uso. Ha ido, poco a poco, aceptando mis ideas, incluyendo no hablar de más, no ‘cancanear’ y ser firme en las decisiones que debe tomar. La paz se obtiene de la firmeza en la educación y el buen ejemplo”.

Era notorio que se trataba de un hombre culto, más allá del promedio.

-¿También en la política?, le pregunté.

-Mire, don… no me diga malas palabras.

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