Educadores: el esfuerzo por hacerlo bien

Educadores: el esfuerzo por hacerlo bien

Hace pocos días se informó al país de la última indagación oficial acerca de la calidad de los maestros y maestras en la educación dominicana. No creo que sus resultados hayan extrañado a quienes conocen medianamente la realidad predominante de la escuela en nuestro país. En todo caso, conviene tomar la medición en cuestión como una nueva llamada de atención y una invitación a todos los sectores que inciden en el desarrollo de la escuela a redoblar los esfuerzos que ya se realizan en dirección a su mejoramiento.

De lo que se trata es de generalizar el esfuerzo por hacerlo bien. Romper la inercia que se expresa como repetición al continuar siendo llevados “por la fuerza de la costumbre” que no permite cuestionar si lo que se hace es lo que habría que hacer para hacerlo realmente bien. Este cuestionamiento aplica para todos los actores del sistema pues la medición en cuestión si bien se realiza a maestros y maestras, a través de ellos, también evalúa la actividad de quienes han sido y son responsables de la formación de quienes hoy están en las aulas, (por ejemplo nuestras universidades con carreras de educación), y de quienes han sido y son encargados del seguimiento constante de lo que sucede en el espacio escolar (directores, técnicos, etc.).

Lo anterior no quiere ser un mecanismo de justificación que al asumir que todos somos responsables declara que nadie es realmente responsable, sino un llamado de atención para convocar a la acción. A profundizar lo bueno que ya se está haciendo y a crear los otros mecanismos necesarios para asegurarnos de la ampliación de la eficacia de lo que hacemos al respecto. Es decir, los resultados de esta última medición, que en el fondo confirman la percepción extendida acerca de la cuestionable calidad de nuestra educación y profesorado, puede y debe convertirse en un llamado a profundizar, mejorar y radicalizar lo bueno que se está haciendo y a innovar y desarrollar los mecanismos necesarios para continuar mejorando.

Se trata, entre otras cosas, de invitar a los mismos docentes a mejorar su práctica y de dotarlos de los medios necesarios para lograrlo. De socializar la actitud innovadora, y combinar la educación permanente con el seguimiento y crítica de la práctica educativa en el aula y, sobre todo, de incentivar la vocación y responsabilidad profesional de los educadores. Formación continua y seguimiento crítico cotidiano de lo que sucede en el aula y en el espacio escolar deben ser parte de la consigna del momento en respuesta a la evaluación realizada.

Así, una escuela que forma ciudadanos capaces de aprender y manejar el conocimiento contemporáneo, de convivir participativamente en democracia; de aspirar y construir relaciones sociales justas, simétricas y decentes; ecológicamente solventes y éticamente bien dotados es un esfuerzo que bien vale una importante inversión social. Sin duda, la herramienta fundamental para desarrollar procesos en esta dirección son educadores verdaderos, profesionalmente responsables dedicados a su labor en cuerpo y alma como fruto de una vocación que sobrepasa la legítima búsqueda de un salario justo, y es capaz de sobreponerse a las tendencias sociales dominantes de fascinación consumista e idolatría del poder y el dinero en pro de la construcción de una ciudadanía solidariamente solvente.

Es el esfuerzo por hacerlo bien lo que debemos cultivar en la escuela dominicana como un todo. Ello implica dedicación, esfuerzo y auto-superación contagiosa, entre otras cosas, que en un tiempo prudente pueda expresarse como mejoría en las posteriores y necesarias mediciones de la calidad de los diversos componentes de esta escuela nuestra que tanta dedicación y entusiasmo demanda.

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