Educar a través de la poesía

Educar a través de la poesía

FEDERICO HENRÍQUEZ GRATEREAUX
“Son adorables los bosques, sombríos y profundos”, escribió el poeta norteamericano Robert Frost. Según parece, Frost disfrutaba con la contemplación de la naturaleza pero no se permitía el abandono completo al gozo elemental que es internarse en la espesura de un bosque, en un denso mundo de hojas y troncos, de hongos e insectos. Sus palabras exactas en inglés fueron: “The woods are lovely, dark and deep”. No obstante, en el verso siguiente de su famosa composición Frost declaró tener deberes o compromisos que conducían su atención hacia otras cosas: “pero tengo votos que cumplir”.

El texto original de este hijo de Nueva Inglaterra reza así: “But I have promises to keep”; no expone con precisión la clase de promesas que debe guardar. Al cerrar el arco sentimental de sus pensamientos frente a los bosques, Frost afirma dos veces: “y millas que recorrer antes de dormirme”. Dicho en su lengua: “And miles to go before I sleep”. Es probable que un hombre con “sentido misional” de la vida no quiera descansar hasta haber llevado a realización ciertos proyectos que él considera valiosos. Del mismo modo, es posible que un escritor se sienta compelido a terminar las tareas pendientes antes de morir. Completar una obra, o un propósito largamente acariciado, le impedirá detenerse demasiado tiempo ante un bosque nevado, no importa cuan adorable pueda ser en primavera.

Los críticos literarios dan vueltas alrededor de los textos poéticos; imaginan claves simbólicas que ayuden a sorprender la intimidad de los autores. Ahora bien, todo lenguaje es, a la vez, instrumento de revelación y sistema de ocultamiento. Tanto la música como la matemática tienen dos caras contrapuestas: afirmación y negación, vida y muerte, verdad y falsedad, claridad y obscuridad. El lenguaje de los poetas suele transitar por caminos antitéticos, entre los cuales cruzan otros varios senderos menores que no sabemos exactamente a donde llevan. El lenguaje artístico sugiere o esboza el mapa de una gran ciudad – borroso para la lógica y clarísimo para los sentimientos – mientras traza con vigor las calles principales. Los lingüistas de hoy están abrazados con vehemencia a la idea de que “el lenguaje desemboca en la impostura”. El idioma les parece un “programa” histórico para mentir minuciosamente con la mayor elegancia. “Ciencia del lenguaje y arte del estilo” son para ellos disciplinas básicas para la construcción de complejas mentiras verbales. La “obra civil” al cuidado del “ingeniero del lenguaje”; y el diseño general a cargo del “arquitecto del estilo”. Filósofos y poetas mienten por igual. Un pensador y artista de la palabra como Nietzsche es un mentiroso doble: por la forma y por el fondo.

El cero en las matemáticas, el silencio en la música, la pagina en blanco en la literatura, no son expresiones univocas. No es lo mismo el cero a la izquierda que el cero después de la unidad. Un calderón en la música puede ser el preámbulo de una explosión de las trompas y los tímpanos; la pausa del silencio centuplica el efecto de los vientos metálicos y de los instrumentos de percusión. Las artes funcionan como cortinajes que abren y cierran, ocultan, disimulan o hacen patentes ciertas realidades. Los críticos, tal vez por influencia de los lingüistas, se han vuelto suspicaces. Han entrado a formar parte de la “Escuela de la Sospecha”. Con la colaboración intelectual de Marx, de Freud, del propio Nietzsche y de algunos lingüistas radicales, los críticos literarios desconfían de las apariencias, del aspecto que muestran “las superficies”. Se han convertido en policías de las letras que practican una investigación sobre la vida de “un escritor-reo”, con la esperanza de que este llegue a ser “un escritor-convicto”.

En realidad estos versos de Frost, tan traídos y llevados, proceden de un poema bucólico titulado: Parado junto a un bosque en una tarde nevada. En la segunda estrofa del poema Frost supone que su caballo ha de sentirse perplejo: “parar aquí, sin granjas cercanas, / entre el bosque y el lago helado, / la tarde mas obscura del año”/. El caballo podría creer que se trata de un error. El animal también quiere continuar su camino, pues quedan “millas que recorrer” antes de llegar. En el primer verso del poema Frost nos dice: “creo saber de quien son estos bosques”; en el segundo verso: “su casa queda en la aldea”. Y continúa: “no me verá parado aquí / mirando sus árboles cubiertos de nieve”. Frost nació en San Francisco de California pero el lugar de origen de su familia es Nueva Inglaterra. El carácter mas saliente de su escritura es una simplicidad radiante, una extremada sencillez capaz de transmitir una onda electromagnética que invade al lector. La onda va desde el poeta hacia los objetos que nombra y de estos al lector. El artista crea la ilusión de inmediatez en un lector atrapado entre las cosas y el poeta que las mira. Los poemas de Robert Frost han sido reeditados, a partir de 1916, unas cuarenta veces. La gente “siente y piensa” en tanto lee sus versos. Frost llegó a creer que la metáfora contenía “la totalidad del pensar” y que se podía educar mediante la poesía.

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