Educar, compromiso y apuesta

Educar,  compromiso y apuesta

La educación es una noble y difícil tarea que las sociedades encargan a una parte de sus miembros, los llamados educadores, con la intención de que otra parte de ella, inicialmente las generaciones más jóvenes, logre los aprendizajes que le permitan una inserción exitosa en las diversas dimensiones del quehacer social. Como se sabe, hoy esta importante actividad social no se restringe sólo a los y las jóvenes puesto que, dada la complejidad de los procesos sociales contemporáneos, la educación se asume como una actividad continua o permanente. Se asume pues, planteado de manera simple, que una buena educación debe redundar en una mejor inserción e integración social.
Ahora bien, lo anterior sólo es posible si las mujeres y los hombres que realizan esta actividad, es decir, los educadores, son capaces de asumirla como un serio compromiso y no como una actividad cualquiera. En la educación una sociedad se juega sus posibilidades de reproducción sana. Una escuela buena es garantía de una sociedad capaz de construirse seres humanos de calidad. Hombres y mujeres capaces de reconocerse y respetarse, de compadecerse y comprometerse, de exigirse y apoyarse. Sólo los colectivos capaces de desarrollar estas actitudes y aptitudes podrán ser humanamente exitosos en la conservación de la vida digna de todos y todas.
Ahora bien, si la educación es una actividad socialmente situada, ella debe reconocer responsablemente las condiciones en que se desarrolla. En la región latinoamericana y caribeña la pobreza y la desigualdad que se producen en el contexto de un salvajismo del mercado y un culto al éxito entendido como acceso a un bienestar excluyente, es decir, “a pesar de los otros”, que se reproduce permanentemente constituye el contexto de la práctica educativa.
Así las cosas, la educación es un compromiso fundamental de la sociedad concretizado en la persona de cada educador, que apuesta a que ella es capaz de dotarse de seres humanos de calidad que son a su vez capaces de un compromiso con el bien, con la justicia, la equidad y la vida buena para las mayorías. El rostro de este compromiso es diverso en el tiempo y se mueve siempre entre el fue y el será. El “fue” no es difícil de establecer aunque pueda decirse de múltiples maneras y el “será” se referirá siempre a un futuro abierto que apuesta al bienestar de esas mayorías expoliadas y desamparadas y puede adoptar formas diversas.
La educación es, vista desde esta perspectiva, una mediación esencial, un instrumento que la sociedad se da a sí misma para enrumbarse en la construcción de ese futuro (cercano al presente), es decir, en la concreción de ese compromiso fundamental con su población que aspira a constituirse en ciudadanía para el disfrute de una vida humanamente satisfactoria en el tiempo que le toca la vida. Visto desde esta perspectiva la educación es un compromiso… fundamental. Pero, lo es al mismo tiempo en que es una apuesta a que toda esa esperanza es sensata y no una locura de seres humanos soñadores empedernidos e irresponsables. Pero no, de lo que se trata es de reconocer que la educación, además de implicar compromiso, es una “apuesta”.
Apuesta a que todo lo soñado y asumido como compromiso es posible de obtener, de conseguir por la vía del compromiso educativo y en plazos que no son calculables con precisión pero ubicables en el tiempo. Y, apuesta a que la educación es una inversión social inteligente en la medida en que solamente por su vía se hace posible una formación que intenta construir seres humanos capaces de una vida digna en justicia y en verdad.

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