Gran cantidad de parejas que empiezan a tener hijos, conscientes de su paternidad y maternidad, manifiestan su preocupación en cuanto a cómo educar a los hijos en un ambiente altamente cambiante, convulsionado por tanta insatisfacción y frustración, bombardeado por una gran cantidad de información y con pérdida o al menos ante una gran confusión en cuanto a valores.
La mayoría de las actuales parejas ya con hijos, se enfrentan con el reto de educarlos sin una preparación previa al respecto, por lo que actúan con la mejor de sus intenciones confiando en la manera en que fuimos educados, siguiendo ciertas tradiciones familiares y aplicando cierto criterio adaptándose a las nuevas condiciones que impone la sociedad, opciones que no otorgan garantía de éxito, pues en cierta medida estas estrategias ya son obsoletas y conforme pase el tiempo van a ser menos útiles, pues los tiempos y condiciones están cambiando abruptamente y nuestros hijos merecen una educación acorde a las condiciones actuales y necesitan ser formados para responder con más opciones a las condiciones imperantes.
¡Nuestros hijos de hoy, necesitan padres de hoy! Afortunadamente existen opciones, modernas y alentadoras, que han mostrado su utilidad y eficiencia, en el que el proceso de enseñanza – aprendizaje está cada vez más ajustado a la realidad contemporánea, y cuyas técnicas son accesibles, fáciles de aprender, aplicar y practicar por los padres de hoy. Esto implica que antes de educar a los hijos, como padres tenemos que reeducarnos, es decir, desaprender aspectos obsoletos que en su tiempo funcionaron y reaprender nuevas fórmulas que se adapten a las circunstancias nuevas.
Esto implica salirnos de nuestra área de comodidad promovida por la confianza, ignorancia, desinterés, apatía o simplemente conformismo. Tenemos que asumir el compromiso ante nuestros propios hijos –por el amor a ellos- de hacer cualquier esfuerzo para formarles de tal manera que logren en edad adulta una calidad de vida mucho mejor que la nuestra. Las prácticas educativas generalmente aplicadas se han apoyado principalmente de la propia experiencia y en algunos casos siguiendo una determinada tradición transmitida de generación en generación (obviamente con algunas adaptaciones de la época) y, a pesar de que algunas veces hemos nosotros mismos cuestionado, criticado y rechazado ciertas formas con las que nos educaron nuestros padres, en el momento de la verdad ante los hijos, nos avocamos a repetir patrones aprendidos.
Si consideramos que las generaciones anteriores no contaban con la información de la cual ahora se dispone, es halagador saber que ahora se tiene una gama amplia de recursos, tales como libros, cursos, conferencias, entrevistas y otros, para tomar conciencia de nuestro rol como padres y adquirir el conocimiento necesario para llevar a cabo las acciones adecuadas que les ayudarán nuestros hijos a ser personas educadas y bien ajustadas ante la sociedad.
Educar, incluye un amplio dominio de influencia y aplicación en la vida del ser humano, pues va desde la forma de subsistir hasta la de trascender, parte desde la soledad de vínculos hasta las formas más adecuadas y comúnmente aceptadas para una sana convivencia social. La palabra educar por sí misma abarca también una vasta multitud de significados. Su etimología nos permite identificarla en aspectos más concretos. Deriva de dos vocablos del latín, educare, que puede interpretarse como conducir de un lugar a otro y también de educere, que se traduce como extraer, aflorar o sacar fuera algo.
En el primer caso, se refiere a un proceso que de llevarse a cabo transporta a la persona a otro estado de manera paulatina pero dinámica que implica un constante movimiento, es decir, es sacar a un individuo de la inmadurez a la madurez, de la ignorancia hacia el conocimiento, de la torpeza a la destreza; mientras que el segundo indica la extracción y surgimiento del potencial del individuo a través de una guía.
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Promover lo mejor
Educar es ayudar a que el individuo haga uso de sus propias capacidades y las despliegue al máximo nivel en los diversos campos del conocimiento humano. En la educación, existen diferentes áreas de aplicación, pues no es lo mismo una educación sexual que una educación emocional o de comportamiento respecto a la de instrucción. Sin embargo, en el fondo se conserva el mismo propósito, promover lo mejor del individuo. Educar no más significa la transmisión de conocimientos, sino también la formación de actitudes. En el primer caso, que le corresponde a la escuela, es proporcionarle un cúmulo de información, que sitúa a la persona en un tema concreto evaluando su asimilación, haciendo crecer a la persona; lo segundo, que le corresponde a los padres, implica la formación del individuo y para ello implica darle cierta orientación, guía, corrección, impulso y reconocimiento, enseñando pautas de conducta que garantice un adecuado comportamiento.
Educar a un hijo debe entusiasmarle a dar lo mejor de sí a través de descubrir al mismo tiempo su mundo interno y externo. Esta intención se apoya en dos grandes columnas como son la motivación, esa energía intrínseca generada por el mismo individuo al tener motivos que perseguir y el esfuerzo, la cantidad de energía empleada en adquirir y entender un determinado conocimiento o dominar a la perfección una habilidad, todo ello mediante pequeños pero paulatinos logros o avances que lo lleve a conquistar el autodominio, el control de la propia conducta y así poco a poco equilibrar las dos tendencias naturales del ser humano, la espontaneidad y el voluntarismo.
En cada niño existe un gran misterio y un tesoro, algo que hay que ir desvelando, descubriendo y explotándolo, y para ello hay que irlo dirigiendo hacia una ruta de máximo esplendor. Por ello, la tarea fundamental de un educador, sea un padre de familia o un profesor, en su perfecto contexto, consiste en descifrar, nutrir, cuidar y hacerla expandir la naturaleza propia de cada pequeño, para que de lo mejor de sí mismo y así pueda convertirse en un ser auténticamente libre y responsable, orgulloso de sí mismo, con espíritu de servicio, enfocado a sus más altos anhelos, y constructivo para la sociedad.