Educar para una gestión inteligente del conflicto

Educar para una gestión inteligente del conflicto

Sobrada razón llevaba Montesquieu cuando en su clásico tratado sobre El Espíritu de las Leyes” sentenciaba con irrebatible acierto que “si ponemos el oído en una sociedad y no escuchamos en ella ruido de conflicto es que no hay libertad”.
No es la paz, en cualquiera de sus manifestaciones, ausencia de conflicto y si alguna referencia de validez perenne nos recuerda este aserto, necesario es volver siempre a las razones que condujeron al genio universal de la filosofía Emmanuel Kant a escoger para una de sus obras más significativas el sugerente título de “La Paz Perpetua”.
Es el caso que dicho título le fue inspirado por el encabezamiento de una foto tomada en una posada Vienesa, foto que, por cierto, era la de un cementerio. Como si con ello quisiera decirnos que solo allí, donde moran los muertos, encontramos los humanos definitivo sosiego. Y que la paz, más que un don, es tarea diaria que todos hemos de fraguar a base de exigente trabajo, de tesonero esfuerzo.
No son los conflictos, pues, ni buenos ni malos. Son naturales a toda familia, a toda sociedad, a todo interactuar humano. Lo que hace la diferencia es la forma de abordarlos, la capacidad de cada uno para gestionarlos inteligentemente o, por el contrario, permitir que los mismos salgan de su cauce, escalen a niveles inmanejables con su consiguiente secuela de dolor y perturbación personal, familiar y social.
Es, precisamente, esta necesaria competencia para manejar inteligentemente el conflicto lo que parece estar cada vez más ausente en nuestra sociedad dominicana.
Preciso sería estar ubicado en las esferas siderales- allí donde al resguardo de las contingencias del tiempo y del espacio, se trocaría nuestra mortal natura en condición angelical – para no reaccionar con natural asombro, perplejidad y desconcierto ante el acelerado deterioro del convivir humano que en nuestra patria amada va destruyendo a su paso la paz y la armonía en la familia, en el ámbito laboral y en el espacio público.
Es como si a un ritmo vertiginoso – que ya a muchos no parece causar el más mínimo asombro- vayan perdiendo su eficacia, tornándose inoperantes, los resortes psíquicos y afectivos que sirven de fundamento al comportamiento humano inteligente, equilibrado, respetuoso y constructivo. Y es lo que explica que ni siquiera el ámbito educativo- espacio en otros tiempos cuasi sagrado – sea ya inmune ante los desoladores efectos de la rivalidad y la violencia.
Lo antes descrito- tímida aproximación a una realidad de proporciones más densas-no da motivos para el quietismo ni para la indiferencia. Es preciso arrimar el hombro en una tarea que desborda las competencias y posibilidades individuales de cualquier actor determinado, llámese Estado, iglesia, familia, escuela o sociedad civil.
Y es que si realmente aspiramos a una sociedad funcional y decente, todo ha de pasar, necesariamente, por volver a los cimientos valorativos en que descansa toda respetuosa y constructiva convivencia. ¿Pretensión ilusa o desafío impostergable?

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