Edwin

Edwin

MARTHA PÉREZ
No es el nombre de una tormenta o huracán de la temporada ciclónica que comienza cada 1ro. de junio y termina el 30 de noviembre; es el nombre de un “aventurero”, cuyas aventuras sólo la innovación estratégica del periodismo serio y audaz, con o sin la labor investigativa policial, o de otras instancias competentes, permite conocer. Las aventuras de Edwin (protagonista) David, Angelo y Julio, además de Yaris y Yesenia (carnadas sexuales) en los arrecifes del mar Caribe en el entorno de Güibia son narradas por Llenis Jiménez, redactora de este diario en su edición del Domingo 27 de agosto, bajo el título “Adolescente vive en arrecifes”.

Es una crónica que, por diversas razones, merece la atención institucional, como forma de contribuir a la solución de un problema de apariencia marginal pero de gran incidencia social, en un momento en que se han estado debatiendo los temas de la seguridad ciudadana, integración familiar, violencia delincuencial, SIDA, drogadicción, educación, salud, entre otros. Estos personajes, según la crónica, pululan en el malecón de la ciudad de Santo Domingo, consumen drogas duras, practican relaciones sexuales compartidas, hasta en un mismo lecho, dos de ellos son huérfanos de padres muertos a consecuencia del Sida, sus edades oscilan entre los 12 y 18 años; y viven de forma “normal” de los ¿”ingresos”? de David en sus labores de limpiar cristales a los vehículos en la avenida independencia y de la caridad del transeúnte maleconiano. Además de los arrecifes, tienen como vivienda alternativa una casona abandonada frente a la playa de Güibia. Externan, a quien los toma en cuenta, como esta periodista, sus sentimientos de soledad, desamparo, necesidades afectivas y oportunidades para su desarrollo integral. Veintiseis jóvenes más que se socializan bajo el mote de palomo, viven en similares condiciones, cita la crónica.

Ante la narrativa de este cuadro, surgen necesariamente muchas interrogantes, varias de las cuales no tendrían respuestas. ¿Dónde están los demás familiares de estos jóvenes? ¿Cuánto tiempo tienen muertos sus padres y cuánto ellos en esta actividad mundana? ¿Qué nivel de escolaridad tienen? ¿Cuántas personas más como propietarios de negocios en el aérea pueden calificarlos de “no tan fieros como los pintan? y ¿por qué? Sean tan fieros o no, ¿porqué no los han puesto en manos que los puedan ayudar? ¿Qué se sabe del abandono de la casona en esa aérea? ¿Serán estos jóvenes portadores del VIH-SIDA? ¿Cómo puede vivir este grupo de jóvenes en estas aventuras, normalmente, sin que se informe a, y/o intervengan las autoridades competentes? Triste y preocupante cuadro.

¿Acaso con complicidad y apadrinamiento? Más triste y preocupante, aún.

Talvez la indiferencia sea lo menos costoso ante la situación, y sus consecuencias, de este grupo de palomos, que como otros casos similares, parecen disfrutar de la vida que llevan y no precisan, por tanto, de la sensibilidad humana y social que pueda otorgarles las oportunidades mínimas en el marco de sus derechos como ciudadanos y entes de una nueva generación. Por eso, propietarios de negocios, visitantes o residentes del entorno, transeúntes y demás indiferentes insensibles que como tal pululan al igual que estos muchachos sin nortes ni metas, no usan el medio a su alcance, como Llenis Jiménez, para informar, analizar, o denunciar una situación que incide, directa e indirectamente en el comportamiento de una sociedad sacudida, a contrapeso, por los vicios, la delincuencia y la morbosidad de desafortunados, antisociales o malvados hasta el desafío de la autoridad.

Urge la intención institucional, sobre todo, de aquellas entidades públicas, privadas, no gubernamentales, que desarrollan programas sociales, con financiamiento local o internacional, para el rescate y formación de valores y ciudadanos útiles en el marco de una visión de futuro.

Debe evitarse que situaciones como la descrita sigan tomando espacio y fuerza en nuestra sociedad donde se aboga y se trabaja por la construcción de ciudadanía responsable. A esas edades, de Edwin y sus colegas, los padres o tutores debieran ser los responsables obligados de los miembros de su familia, si no, ¿adónde iremos a parar? Después de una crónica como la de Llenis, alguna reacción positiva surge. Bienvenida sea la iniciativa que provenga!

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