La potente irrupción de China en el escenario mundial ha alterado el panorama internacional reduciendo espacios a lo que había sido una potencia hegemónica global lo que está resultando una pesadilla para los sectores más recalcitrantes del “establishment” estadounidense. Hay procesos que no los detiene nadie pero eso no lo comprenden, y no quieren aceptarlo, figuras ultra radicales como Peter Navarro – asesor comercial del presidente Trump – y Robert Lighthizer – representante comercial de la administración – quienes visualizan como interés estratégico de EE.UU. una relación menos intensa con China. Ambos países coprotagonizan el flujo comercial más voluminoso que jamás dos naciones han llegado a alcanzar. En el mundo que Estados Unidos comenzó a construir después de la Segunda Guerra Mundial era una plataforma global un comercio libre y global. Eso se ha pretendido desde que la Carta de La Habana, aprobada en 1948, creó el GATT.
Nadie se engañe. Hoy esos dos halcones son relevantes protagonistas porque están en la esfera de poder pero fuera del gobierno abundan igualmente sectores que militan incluso en la llamada “izquierda” norteamericana que coinciden con ellos en lo referido a bajarle intensidad a los vínculos con Beijing desacoplándose de tan intensa interrelación comercial. Va a ser una posición de largo plazo con diversos matices más allá de la actual presidencia. Sí, es abrumador el déficit comercial con China pero en el mundo real los vínculos económicos se analizan integralmente y no únicamente el perfil comercial. Al menos, así nos han estado recomendando que analicemos el problema las naciones que mantenemos enormes déficits con grandes potencias. Una muy buena parte de las importaciones norteamericanas desde China proceden de empresas de ese país que han invertido millones de millones en la economía asiática lo cual también ha estado contribuyendo al crecimiento de Estados Unidos. Ahora la administración pretende que se salgan de China pero las empresas privadas no piensan en términos de estrategia geopolítica sino de sus intereses individuales. Posiblemente una minoría prestará oídos a los cantos de sirena estadounidenses pero, en todo caso, ello no ahogaría a China para la cual la relación comercial con EE.UU., aunque muy importante, representa un 15%, y no se detendrá abriendo caminos terrestres y marinos con el resto del mundo.
El problema no es meramente comercial, es de carácter estratégico. El programa “Made in China” con el que Beijing se plantea un fuerte liderazgo tecnológico, desvela a muchos. Ahí se explica una buena parte del problema con Huawei y otros gigantes tecnológicos chinos. Sin embargo, desde hace mucho nos enseñaron que los procesos económicos no los detiene nadie; podrán retrasarse pero a la larga se abren camino. Es iluso e irreal pensar que una potencia como China, decidida a reocupar su rol histórico global, va a permitir la humillación y un dictamen externo que le diga qué comercial y con quien. En nuestro mundo ya no hay espacio ni para imperios ni emperadores. Se debe cooperar y negociar.
En tanto se intenta cortarle alas a China esta, en tierra, sigue expandiendo rieles.