Efectos del crecimiento

Efectos del crecimiento

POR  PEDRO GIL ITURBIDES
Les cuento hoy algo que me produjo enorme desazón, una semana atrás. Era lunes, y Rossy, mi esposa, trató de conocer las novedades del mundo y del país como teleespectadora de un noticioso. Fue allí donde comenzó nuestro calvario. Al llegar de la Universidad, observé que temblaba. “Debe tener tifoidea”, pensé. Pero al colocarle la palma de una mano sobre la frente, noté que estaba fría. “Debe tener baja presión arterial”, me corregí.

Por su parte, ella me explicó que poco antes escuchó las declaraciones de un importante funcionario gubernamental señalando que la economía crecerá este año mucho más que el año pasado. “No le hagas caso, comenté, ése no sabe de eso”. Con lujo de detalles, sin embargo, me dijo que el funcionario al que había oído tenía que saber algo de cuanto decía, pues labora en el área económica. Y con un patetismo digno de mejor suerte concluyó:

-Nos fuñimos. Si con el crecimiento del producto interno inteligente del año pasado hemos perdido más de un 25% del poder adquisitivo, imagínate cuánto más decaerá nuestra economía casera si seguimos creciendo.

Lo primero, le dije, es que el producto interno no es inteligente, sino bruto. Las mujeres, empero, tienen un séptimo sentido para eso de la economía. “No, bruto no. Si fuera bruto todo el mundo estaría disfrutando de ese crecimiento. El que anuncian es un crecimiento inteligente, pues únicamente beneficia a ciertos y determinados funcionarios del régimen actual. De manera que no es tan bruto como tú crees”. Por supuesto, preferí no entrar en una polémica, pues he notado que el peso de este mes, aunque tenga el mismo color, no es el peso de este mismo mes el año pasado.

-De todas maneras, le dije, quiero que vayamos al médico. No tienes fiebre, aunque tiemblas como una caña de azúcar abatida por el viento, dije.

-Abatida por el viento no, ripostó. Abatida por los políticos. La brisa, por fuerte que soplara la jamaquiaba, pero no la doblaba, como a los clavos San Cristóbal. Pero de la misma manera que los políticos se comieron sancochada la fábrica de clavos, porque era del pueblo y lo que es del pueblo no es de nadie, así se engulleron la caña con todo y los ingenios.

Quise explicarle que tal vez era un poco mal pensada. Después de todo no he visto a ningún político con una flor de caña en el moño. Mas ni corta ni perezosa me hizo ver que donde tienen la flor no es el moño, sino en otro lado. “Es como la flor de la auyama”, me dijo. Y añadió con inusitado desplante que si averiguaba el valor de las cuentas de banco de esos políticos en un reciente ayer, y averiguaba lo mismo en un más reciente hoy, no diría lo mismo.

-De todas maneras, tenemos que ir al médico. Tienes que dejar que te analicen para saber las causas de esa tembladera.

Aceptó. Pero en buena medida, la visita, lejos de mejorar a Rossy, la empeoró, y me hizo ver que el dichoso crecimiento proyectado acabará en el año corriente, con toda la clase quinta y aledañas. Ocurrió que, contra la costumbre de los galenos, aquél al que acudimos dio cita para el viernes en la tarde. Cuando la enfermera nos hizo pasar, notamos un ambiente extraño: tenía el aire acondicionado apagado, contra lo que era, también, su costumbre.

-No sé, no tengo frío, nos informó. Pero tengo el mal de san Vito. No han podido diagnosticármelo, pero no dejo de temblar.

-Tal vez sean los años, me permití recordarle.

Ocurre que el apreciado galeno no es cigua de estos tiempos, y como los años no pasan en balde… Pero él me contradijo al instante, a sabiendas de por dónde marchaban mis desaforados pensamientos.

-Ningún ningún. Eso no es cuestión de años. Lo que ocurre es que en breves horas pondrán en vigencia el seguro familiar de salud, y el sistema ha determinado pagarnos unos honorarios por consulta que no se compadecen con el costo de vida, las persecuciones a que estamos sometidos los profesionales por parte de impuestos internos, y la constante devaluación del peso.

Preferí hacer mutis. Después de todo, parece que no solamente Rossy sospecha que tanto crecimiento como el que se anuncia, acabará con la economía del dominicano que trabaja. Y confieso que yo mismo he comenzado a temblar, a sabiendas de que la economía crecerá un chín más que el año pasado.

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