Efraim Castillo

Efraim Castillo

POR ÁNGELA PEÑA
Nació prácticamente entre libros y creció escuchando las conversaciones literarias que Juan Bosch, Joaquín Balaguer, los Henríquez, sostenían con su abuelo materno, Alberto Arredondo Miura, diputado, escritor, juez de la Suprema, en la Duarte esquina Arzobispo Nouel.

Cuando el ilustre antepasado cayó preso por oponerse a romper los expedientes que consignaban el abigeo de los Trujillo, murió al poco tiempo de enfrentar las mazmorras de Nigua y la Torre del Homenaje y la rica biblioteca pasó a ocupar el cuarto de Efraim, el único varón de los hijos de Carmen Ocelia Arredondo y el capitán Efraim Arturo Castillo.

Con Genoveva de Brabante se inició su afición por la lectura. El pequeño devoraba un libro ínter diario, interesado en conocer el contenido de tantos volúmenes. Esa inclinación, a la que atribuye tan admirable diversidad de conocimientos, le ha acompañado de por vida por lo que sus discernimientos no sólo son profundos, autorizados, dichos con propiedad demostrada y comprobada, sino también actualizados.

Efraim Castillo, el publicista, dramaturgo, gastrónomo, sociólogo, historiador, poeta, cuentista, novelista, locutor, musicólogo, urbanista, ensayista, cineasta, crítico literario, artista plástico, es como una enciclopedia viviente que igual discurre sobre horticultura como del arte de cocinar, de la obra más reciente de un premio Nóbel o de la circunstancia que motivó la creación de un bolero.

La melomanía le viene de los Arredondo, casi todos músicos. Su bisabuelo, José María Arredondo Alfonseca, escribió un himno a la Restauración. Juan Bautista Alfonseca, tío tatarabuelo, no sólo compuso el primer himno nacional sino que se dice fue el creador de los primeros merengues criollos. José María Arredondo Alfonseca, bisabuelo, tocó el órgano de la catedral, donde está enterrado, durante cuarenta años. Emeterio Arredondo y sus hermanos tenían un cuarteto vocal y su tío Enriquito Mejía Arredondo fue el primer director de la Sinfónica. Por eso piensa que el ser melómano es genético.

Pero Efraim, quien este año recibió el Premio Nacional de Teatro, fue también un activo militante de la izquierda, un combatiente de la revolución de abril y perseguido político que como su abuelo padeció la dura experiencia de la cárcel. Hacía cuatro programas de radio enfrentando las injusticias y los atropellos en el difícil periodo de la transición de la dictadura a la democracia y en los años 1962, 1963, antes del ascenso de Bosch: el de la agrupación 20 de Octubre, junto a Miguel Alfonseca; el de los ex presos políticos, el del 14 de Junio y otro de Arte y Liberación junto al pintor Silvano Lora. En las tardes escribía un programa al versátil Arnulfo Soto (Miñín), que era director de Onda Musical. “El 14 me daba dos pesos diarios para comer, la ropa me la lavaba el sindicato del hotel Comercial y dormía en la agrupación 20 de octubre”, cuenta.

Los continuos apresamientos le impidieron estudiar en la universidad después de haber logrado graduarse bachiller tras estudios dispersos iniciados en el colegio de las Amiama y continuados en el San Rafael y la escuela pública de San Cristóbal, la República Argentina, el colegio Adventista Dominicano, la Normal Presidente Trujillo y el Loyola, del que lo expulsaron por discutir de historia, materia que había estudiado tanto que superaba a sus instructores.

Preso también por negarse a asistir a la jefatura cuando lo engancharon a marino, alegando que no nació para militar, Efraim llamado familiarmente por algunos amigos como el  “General”, o “Commander”, es un ser libre que pese a estar ubicado en la Generación literaria del 60, a haber sido premiado más de quince veces por diferentes obras, no figura en todas las antologías dominicanas.

“Como no voy a conciliábulos, a mí se me ha ignorado en muchas antologías y no me ha importado, porque si la literatura que yo hago es buena, no importa que esos críticos de ahora digan que es mala, y si es mala, no importa que esos críticos de ahora digan que es buena, porque es la posteridad la que la va a rescatar. Lo bueno supervive, trasciende. Lo malo, aunque lo ensalcen momentáneamente, vuelve otra vez hacia abajo. No me han incluido tal vez porque no he pertenecido a peñas, tú sabes que la mayoría de la literatura que se hace en este país es una literatura para ser releída  por otro escritor y para ser degustada en círculos”.

PARA SACUDIRSE

Con voz y figura imponentes y una diminuta y escasa cola de caballo recogida en la nuca que contrasta con su fornida anatomía, Efraim Castillo, el comisario político de los comandos de Santa Bárbara y San Antón que preparó en una vieja máquina de escribir mecánica la lista de los combatientes, y que abandonó la política cuando Balaguer ascendió al poder, en 1966, confiesa que participa en los concursos literarios para sacudirse, para estremecerse. Los inventores del monstruo, la obra de teatro con que ganó este año, trata el ingreso de Trujillo a la Guardia Nacional y desmiente que el ejército actual tiene una historia ininterrumpida desde 1844. “Ese ejército que nos gastamos es un ejercito formado, creado, por los interventores yanquis de 1916: su disciplina, su ropa, todo ese protocolo del cuartel es americano”.

Pero este revelador libro no ha sido su único lauro. También le premiaron Currículum (el síndrome de la visa), El personero, Los ecos tardíos y otros cuentos, que se unieron a los galardonados de La Máscara, Casa de Teatro, Banco de Reservas, entre otros. Pero no escribe para concursar, dice este autor de alrededor de veinte libros publicados y quince inéditos. “Uno no concursa para el dinero, sino para saber que todavía escribe. Son pequeños retos”.

Efraim Castillo vino al mundo el treinta de octubre de 1940, frente a la fortaleza Ozama por lo que se acostumbró a levantarse a las cuatro de la mañana, al toque de diana, esperando la primera alborada con un corneta. A esa hora comienza a escribir, luego camina y excepto viernes o sábado, no está en la calle después de las nueve de la noche, aunque tuvo un tiempo en que una de sus ex esposas puso un cartel en la casa que decía Hotel Castillo, por su limitada presencia en el hogar. “Pero esa fue una época que no debió pasar y que ya superé, después he sido un tipo completamente diurno”. Tres o cuatro horas las pasa frente a su ordenador, creando ideas, asesora empresas y viaja a Constanza donde cultiva papas, cebolla, remolacha, lechuga, brócoli, coliflor…

Ha casado cinco veces y tiene siete hijos: Irina, Nanette, Efraim, Jessica, Jean, Walter y Joel. Su actual esposa es la colombiana Gladis Enríquez.  El inventario de sus obras es prolijo. Comprende novela, cuento, teatro, poesía, ensayo. Pero ha trascendido más como el publicitario que descolló en esa rama cuando también eran maestros de ese arte William Vargas, Damaris Defilló, Papi Quezada, Juan Llibre, Vicente Linares, Ramón Oviedo, Manuel García Vásquez, Tony Guzmán, Brinio Díaz, Bernardo Bergés Peña. Él estuvo en Exelsior o Fénix, entre otras agencias-

¿Por qué lo han marginado de algunas selecciones de las letras nacionales, teniendo una obra demandada, toda agotada y reclamada por la intelectualidad internacional? Se le pregunta.

“Cuando estás solo, te comportas solo, afloras, y subes un poco la cabeza, hay un sector que te quiere hundir, te tira. Si hubieran podido me hubiesen borrado del mapa”, responde.

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