Ejecución de Saddam

<p>Ejecución de Saddam</p>

UBI RIVAS
En la conclusión de una invasión (2003) cuyos motivos fundamentales nunca pudieron ser avalados por la realidad y de un juicio político ordenado por el interventor y compuesto por sus enemigos en estrados, el ex-presidente iraquí Saddam Hussein fue ahorcado en Bagdad el 30 de diciembre último.

La impresión del suscrito luego de producirse la condena a la horca de Saddam por un tribunal viciado de parcialidad en noviembre 5 último fue que el tirano sin conciencia que masacró a su propio pueblo, a sus rivales chiíes, a la minoría kurda y las atrocidades de la guerra sin sentido contra primero Irán y con sentido contra Kuwait, sería preservado por el presidente George Bush jr. en el entendido que era la persona que con mayores probabilidades de manejo doméstico, obtendría la pacificación en su convulso país.

Confieso que incurrí en un lapsus de apreciación de fondo, por cuanto si Bush jr. había decidido a contrapelo de la comunidad internacional y de la ONU la invasión a Iraq y su consecuencial en derrocar, apresar, juzgar, condenar y eliminar a Hussein, preservarlo vivo se interpretaría como una confesión sin expresión de fracaso de la aventura imperialista en la nación tenida como cuna de la cultura del Cercano Oriente.

Es que con Saddam aconteció idéntico a como procedieron los rusos en el caso de Rudolf Hess, que contrario al parecer del Reino Unido y de USA de excarcelarlo, los criminales del Kremlin decidieron mantenerlo por vida preso en la cárcel berlinesa de Spandau, como testigo viviente del fascismo y para que se interpretara que era peor que el comunismo.

No es que Saddam fuese excusable de los crímenes de lesa humanidad que los despachos noticiosos graficaron sin la menor pizca de avaricia informativa, sino que su muerte no contribuirá en absolutamente nada a resolver el gravísimo embrollo y fiasco de Bush jr. en Iraq, sino a oscurecer aún más el escenario iraquí.

Si de crímenes de lesa humanidad es que vamos a tratar, el principal criminal de guerra viviente resulta ser Bush jr. que ha ocasionado lo que entendido considera como más de 700 mil muertos iraquíes desde marzo de 2003, y rozando cuatro mil soldados norteamericanos, en una guerra que a todas luces resulta empantanada, más las masacres en Afganistán y apoyo a Israel para masacrar a los palestinos de Cisjordania y la Franja de Gaza.

Una guerra empantanada porque las Fuerzas Armadas norteamericanas están entrenadas para guerras de posiciones, no guerras fantasmas, con un enemigo invisible, que no ofrece presencia física, que golpea mediante el recurso del terrorismo y escapa, una guerra de sorpresas, que desespera y potencializa a niveles increíbles el stress condicionado por la incertidumbre y el miedo difuso, profuso y confuso.

Es lo que aconteció en Vietnam, donde las Fuerzas Armadas más apabullantes que conoce la memoria humana, fue compelida a salir corriendo con los pies en polvorosa ante el empuje indetenible del Vietcong cuando asaltó Saigón, hoy ciudad Ho Chi-ming el 30 de abril de 1975.

Una guerra en la densidad de la selva y la aparente quietud traicionera de los arrozales donde los agricultores vietnamitas portaban granadas en las mochilas para regar el cereal y en el mínimo descuido de una patrulla saltaban hechos añicos por los aires.

Es lo que también acontece en Afganistán, otra guerra de sorpresas, invisible, en un país desértico y montañoso, donde los mujaidines, otrora entrenados por la CIA para enfrentar la invasión rusa 1980-90, aplican la misma receta a sus otroras entrenadores y hoy intrusos y conculcadores de su soberanía y su destino doméstico.

Saddam ya está muerto. Ha pagado a Alá sus atrocidades, pero el drama iraquí prosigue, con 144 mil soldados interventores, US$700 mil millones invertidos por el contribuyente norteamericano en una aventura imperialista sin argumentos convincentes para nadie, inclusive para el votante norteamericano, producto de la torpeza, la tozudez y evidente asociación de Bush jr. con el clan petrolero USA.

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