Ejercitemos la razón

Ejercitemos la razón

Este período tan breve, que es apenas la cincuentidosava parte del año, representa tanto en la historia de la humanidad que bien vale la pena aprovecharlo para ejercitar la razón y ahondar en aquellas cosas que definen lo que somos, y, sobre todo, lo que seremos en el porvenir, inmediato o lejano, sobre la base de nuestras acciones como individuos y como sociedad,

Ahora que el asueto permite decidir dónde ir y qué hacer, sería útil tomarnos el trabajo de sacarle el mejor provecho a este tiempo, sin pretender, en su brevedad, llevarnos por delante el mundo o malgastarlo en nimiedades.

Para esta época mucha gente se desplaza hacia playas y balnearios y una parte de esa gente se toma muy a pecho la necesidad de divertirse, a veces más allá de lo que aconseja la prudencia. Una parte de esa gente, posiblemente, ha pasado a engrosar la nómina de 1,077 muertos y 9,159 heridos que arrojaron como balance los 21,542 accidentes de tránsito ocurridos durante el año 2003. Estas cifras, aportadas por la Organización Panamericana de la Salud, destacan los accidentes de tránsito como la segunda causa de muerte en la población adulta de entre 20 y 40 años en la República Dominicana.

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Pues bien, una parte de este balance trágico del 2003 se produjo en la cincuentidosava parte de ese año que correspondió a la Semana Santa, un período sacro, respetable, que, sin embargo, muchos toman para desbordar pasiones y vicios. Deplorablemente, los incluidos en la cifra de muertos y heridos que correspondió a las tragedias de la Semana Santa, no se tomaron el tiempo preciso para meditar cuánto podría influir en su futuro y de su familia la imprudencia, propia o ajena, en una carretera, calle o avenida.

Los acontecimientos relacionados con la vida de Jesús han sido respetados hasta por aquellos que no abrazan el cristianismo como religión, pues encierran un mensaje de bien y para el bien que puede ser asimilado independientemente de la fe religiosa que se profece.

Su esencia, por tanto, debe ser aprovechada para la meditación y para la revisión de nuestras conductas, y sobre todo la manera en que pudieren influir en nuestro porvenir.

Las carreteras, playas y balnearios pueden ser disfrutados, aún en Semana Santa, extremando la prudencia que imponen las aglomeraciones de personas o vehículos. El disfrute y la diversión no deben implicar conductas riesgosas, como la que asumen quienes manejan de manera temeraria, bajo efectos de bebidas alcohólicas, o quienes se aventuran en aguas profundas sin ser diestros en natación, o lo hacen bajo efectos del alcohol.

Por muchas razones, incluida la posibilidad de engrosar listas de víctimas de tragedias, la Semana Santa, ese breve período del año, debería estar dedicada al recogimiento y la meditación.

Siempre será un contrasentido que en el período que debe predominar mayor paz y meditación, el desbordamiento de pasiones obligue a poner en práctica grandes y costosos operativos para prevenir accidentes y preservar las vidas de quienes se entregan sin control a la parranda, el derroche y el desenfreno. A pesar de todos los recursos invertidos en esas tareas de prevención, siempre se producen conductas que propician que la tragedia se apodera de un número muy alto de vidas, llevando dolor a las familias y al país. Ejercitemos la razón.

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