Ejército pedigüeñas haitianas “invade” capital dominicana

Ejército pedigüeñas haitianas “invade” capital dominicana

POR GERMAN MARTE
Pululan por las calles y avenidas de Santo Domingo, sorteando carros y lujosas yipetas,  extendiendo sus manos a la espera de que alguna alma piadosa les deje caer una moneda; lo suyo es asunto de supervivencia, por eso tienen que dejar a un lado todo orgullo, toda  vergüenza y pedir, pedir hasta que alguien se conduela y y les dé una limosna.

La necesidad las empuja a mendigar, muchas veces cargando niños en hombros porque así logran sensibilizar más a los conductores: son las pedigüeñas haitianas que cada día más forman parte del paisaje capitaleño dominicano.

La miseria que les acogota no les permite mirar hacia el futuro, mucho menos pensar en qué dirán. Su problema (el hambre) demanda respuesta inmediata, es hoy y ahora.

Hambre sin frontera

Antes se limitaban a pedir en lugares específicos, en horas de la noche; sin embargo, ya se les puede ver en cualquier avenida de la capital dominicana,  bien sea al lado de las grandes plazas comerciales o en las paradas de las guaguas voladoras.

Algunos opinan que se les debe recoger y enviar para su país, porque arrabalizan la ciudad, porque a pesar del drama humano que envuelve su caso, los dominicanos no tienen que cargar con ese problema; pero el hambre no respeta frontera y  muchas haitianas, como Anita Anisa, de 24 años, dicen que si las deportan  regresarían a República Dominicana, porque allá la vida es muy dura.

Viven entre la exclusión absoluta y la miseria, pero aún en el peor de los casos, aquí -según dicen- están mejor que en su país. Por eso cruzan la frontera, sin reparar en los riesgos.

 “En Haití los ricos no ayudan a los pobres, aquí sí. Los dominicanos son buenos”, expresa la joven en su mal español, cuyo  “puesto de trabajo”   está en la avenida Winston Churchill con Polibio Díaz, justo al lado de la torre Acrópolis, adonde, por supuesto, ni se lo ocurre entrar.

Mientras sostiene en sus brazos a un niño de apenas tres meses de edad, Anita vigila con celos los movimientos de su otro hijo de  tres años, quien a pesar de su corta edad ya domina bien el arte de mendigar.

Como ella,  son decenas las  haitianas que a cualquier hora del día o de la noche se lanzan a las calles de la ciudad a pedir, la mayoría son madres solteras. No es mucho lo que consiguen, pero  colectan entre RD$150 y RD$300, que les alcanza para comer un par de días.

Con un rostro que aparenta mucho más que los 24 años que dice tener, Anita narra cómo cruzó la frontera a pie, embarazada y con su hijo de tres años agarrado de la mano, caminó  durante cinco días, hasta llegar a Navarrete y de allí al hospital José María Cabral y Báez en  Santiago, donde parió al más pequeño y, según sus palabras, fue atendida “muy bien, igual que a las dominicanas”.

Hoy, como muchas de sus compatriotas, Anita forma parte de un ejército de pordioseras haitianas que han “invadido” la capital y otras ciudades domicanas llevando consigo  un arma letal: el hambre. Su táctica de guerra consiste en poner oídos sordos a los insultos y dar gracias a Dios cuando les dan algo.

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