El “eterno retorno” de Fernando Peña Defilló

El “eterno retorno” de Fernando Peña Defilló

De Fernando Peña Defilló se ha escrito muchísimo y muy bien en monografías, ensayos y artículos. Por la originalidad y la firmeza de su estilo, por la precisión y el vigor de su inspiración, por la seguridad y el refinamiento de su técnica, es un artista que, de manera incomparable,  ha gestado un mundo de sensaciones visuales e intelectuales, personales y sociales. Y, después de muchos años de entrega a su producción en una fructífera soledad, se necesitaba una gran exposición de ese pintor dominicano, que enseñase la extensa trayectoria y la evolución de su arte, desde los comienzos del siglo pasado hasta hoy.

Era una tarea difícil, pero el Centro León, con sus condiciones institucionales y su equipo de expertos, tenía la competencia para lograrlo, y aquí está un resultado espectacular que, en un concepto diferente de retrospectiva, permite descubrir al creador en su totalidad. No solamente invita a la percepción sucesiva de magníficas obras, sino que nos hace emprender un verdadero circuito cultural, guiando a un espectador deslumbrado por los meandros de la introspección, la investigación y la “pasión” de Fernando Peña Defilló.

La propuesta empieza por el título –algo siempre importante en las exposiciones del Centro León–, que parecería evocar el primer o el último verso de una epopeya: “Fernando Peña Defilló, el eterno retorno”.

Una de las características que volveremos a mencionar concierne a la lectura abierta de las pinturas, pero esa existe ya en el título. El “eterno retorno”, lejos de connotar una banal reiteración, debe referirnos a la teosofía integrada por el artista en la obra: aquel disco que encontramos desde las primeras épocas del regreso a la isla, esa forma y periplo circular, se relacionan con las sustentadoras fuerzas del universo. La creación es armonía plural y suprema, figurada por el círculo, sin principio ni fin…

Nos atrae una referencia a la mandala, puesto que Fernando Peña Defilló, además de los misterios cristianos y de la espiritualidad en general, se ha sumergido en el budismo y el pensamiento filosófico oriental. Por tanto el eterno retorno significa un infinito equilibrio que apoya la meditación pictórica y sus temas perennes:  la  naturaleza, la vida, la muerte. Aparte del  trazado redondo, abundan otros signos símbolos, así el corazón y la cruz, del mismo modo que, compartiendo lo teosófico,  el sincretismo afroantillano, que nos retrotrae a lo autóctono, dominicanidad y antillanismo, cimientos de casi toda la obra.

Instrumentando esos valores conceptuales y la labor sobresaliente del núcleo de especialistas, la museografía, a la vez contundente y depurada, de Pedro José Vega, realiza una presentación conjunta e interactiva, constituida por varias unidades que se articulan las unas a las otras: las vanguardias desde la periferia, la expresión de lo auténtico, la invención del subconsciente, humanidad, naturaleza, verdad.

La última sección se convierte en simbiosis y expresión suprema de misterios y misticismo, trascendidos en lo real-imaginario del pintor. Tanto están el origen del mundo como el peligro de apocalipsis y un llamado a la paz.

En este itinerario lineal y laberíntico –en un sentido positivo–  ordenado y tconstruido por el escenógrafo, vamos descubriendo las sucesivas etapas de una creación en el tiempo, los temas y la ideología. Se mantiene activo al visitante, se le dice cómo abordar la obra, se le da un increíble placer, se le comunica una emoción difícilmente contenible.

 El maravilloso “Manantial”, el drama del “Primer día”, la transparencia sublime de “Aire y luz”,   díptico y trípticos, son sencillamente obras maestras… entre varias más. La exposición  no sólo preserva, sino que estimula a  una lectura libre.

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Fernando Peña Defilló: Voluta 28

“Hacer visible lo invisible sólo está al alcance de los genuinos creadores o pensadores. A los otros les queda la representación más o menos afortunada de lo que les impacta como real.”

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