El ‘tsunami’ de la delincuencia

El ‘tsunami’ de la delincuencia

WELLINGTON J. RAMOS MESSINA
Me ha movido a escribir este artículo, el triste reciente espectáculo durante el cual gran número de personas enterraron como si fuera un héroe, a un vulgar delincuente, cometiendo además el sacrilegio de cubrir su féretro con la bandera nacional, contrariando todas las normas que rigen el uso de nuestra enseña nacional. Se preguntará cuáles fueron los factores que impulsaron a los participantes en ese bochornoso espectáculo a actuar como lo hicieron, pero antes consideramos necesario describir el ámbito en que este caso tuvo lugar.

Como un intempestivo «tsunami», una violenta ola de delincuencia se ha abatido sobre nuestro país. Sin embargo, los factores que han producido este fenómeno, a diferencia del que abatió recientemente al sureste de Asia, no nacieron de improviso, ellos eran de preverse y tienen sus orígenes en nuestra propia sociedad, que es el caldo de cultivo de donde surge este triste fenómeno.

No puede ignorarse que el tipo de delincuencia ha variado, dado los diversos medios y elementos que se utilizan para cometer delitos. En efecto, los progresos de la técnica ha creado nuevos métodos e instrumentos que facilitan y favorecen la comisión de esos actos delictuosos. ¿Quién hablaba hace medio siglo de delitos informáticos? ¿Quién imaginó el uso de vehículos ligeros como las motocicletas, que permiten el rápido escape luego de la comisión de un delito? ¿Quién habló del narcotráfico? ¿Quién previó el ingreso al país de delincuentes deportados, graduados en los más importantes centros carcelarios de los Estados Unidos?

Como puede verse, los progresos de la ciencia y la tecnología han creado un nuevo tipo de delincuencia y el dinero fácilmente ganado y usado para comprar prestigio y conciencias es recibido por los beneficiados con una venda en los ojos, sin importar de dónde proviene ni las vidas que han sido destruidas. El dinero lo da quien manda, y es un bálsamo que lo limpia de pecados. Es el Don. Lo anterior no necesita mayores afirmaciones; la ciudadanía es testigo, por vía de los medios de comunicación de la realidad de estas afirmaciones.

Mucho se ha discutido sobre si el delincuente actúa bajo el efecto de elementos genéticos innatos en él o si por el contrario es la propia sociedad o mundo circundante la que produce la actitud del delincuente.

No cabe duda de que la personalidad del delincuente viene condicionada por factores biológicos innatos que conforman su carácter y pueden inclinarle a cometer actos delictivos. Pero las circunstancias que han motivado en corto tiempo el reciente incremento de la criminalidad no puede obedecer a factores genéticos hereditarios, puesto que la evolución genética del ser humano no da saltos y lo que está ocurriendo ha nacido casi de improviso, lo que nos demuestra que el incremento del crimen tiene su causa en el mundo circundante, es decir, los factores externos de tipo social (inclusive los económicos) entre los cuales se incluyen los culturales.

Para explicar el hecho insólito que motiva este artículo es oportuno citar aquí Scipio Sighele (Le Crime A Deux) cuando dice:

«El criminal, a pesar de ser un individuo completamente diferente de los otros por su constitución fisiológica y sicológica, no puede substraerse al imperio de ciertas leyes que dominan, desde un punto de vista general, los actos de todos los hombres. Y, como el hombre honesto y normal admirará el genio de un poeta o de un filósofo, asimismo el criminal sufrirá el prestigio de un bandido o de un asesino célebre y tratará de imitarlo. Cada profesión tiene su ideal: el soldado sueña con las insignias de coronel, el pequeño comerciante espera hacerse rico como el banquero, el discípulo envidia la notoriedad y la gloria de su amo. El crimen también, por desgracia, es una profesión para muchos de aquellos que lo cometen y reclaman el derecho de tener su ideal; solamente, en lugar de un ideal glorioso, él se guía por un ideal infame».

En efecto, no puede negarse que casi todos los actos criminales que se cometen en la actualidad están motivados por una sub-cultura acorde con lo citado anteriormente, en la cual no importa la forma en que el dinero se adquiera, ni aquel que lo tiene y lo reparte, ni importa cómo lo obtenga: es a quien hay que admirar, seguir, imitar y hasta obedecer.

La escala de valores que conocimos no rige entre las masas motivadas por el moderno dios: don dinero, quien lo da es el bueno, el Gobierno que sanciona al delincuente es el malo.

Hay que anotar que a pesar de la realidad de lo dicho anteriormente, mal se puede educar a las masas inculcándoles el respeto a la ley y a la plena conciencia del bien y del mal, porque la impunidad de que hasta ahora han disfrutado los «Dones» políticos y los que han llevado a este pueblo a la lamentable situación en que se encuentra son una excusa para no creer en la escala de valores tradicional y a pensar que el dinero, bien o mal habido, es el dios a quien hay que seguir.

En conclusión, podemos afirmar que por más que se aumente la vigilancia y la eficiencia de los cuerpos encargados de mantener el orden, la epidemia criminal sólo se curará, y ello a largo plazo, destruyendo la sub-cultura vigente, sustituyéndola por otra que inculque en la ciudadanía, y especialmente a esa juventud ansiosa de encontrar su lugar en la sociedad actual, los valores tradicionales.

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