Durante la intervención militar estadounidense de 1965, tuvo lugar la Operación Lazo que intentó tomar por asalto el Palacio Nacional en favor de las fuerzas constitucionalistas. Desde el punto de vista militar, los objetivos se clasifican en función de su valor ya sea estratégico, operacional o simbólico. A este último criterio corresponde la acción que inició a las 2:30 p. m. de aquel inolvidable 19 de mayo, de acuerdo con la versión de Rafael “Baby” Mejía recogida en el libro de Fidelio Despradel Historia Gráfica de la Revolución de Abril, donde explica que el coronel Caamaño consideraba al palacio como “un símbolo de poder y había que tomarlo”. Es evidente que la decisión la aprobó Francis, en coordinación con Fernández Domínguez, quienes después llamaron a “Juan Miguel y los estamentos superiores del 1J4” para incorporarlos a la idea.
Así fue integrado Baby Mejía, a quien se solicitó preparar “las Unidades Móviles porque se iba hacer el asalto al palacio”. En su relato cuenta que se organizaron tres columnas: una comandada por Montes Arache, que debía tomar los garajes y atacar el DNI; otra al mando de Ilio Capocci, que avanzaría por la calle Doctor Báez; y una tercera, dirigida por Rafael Tomás Fernández Domínguez, con Juan Miguel Román, a la cabeza de los catorcistas. Fiume Gómez y Marisela Vargas testimoniaron en el libro “Voces de la revolución de abril”, publicado por el Archivo General de la Nación que ese día vieron a Juan Miguel Román en la calle José Gabriel García “arengando a los combatientes del 14 de Junio que los acompañarían a él y a Fernández Domínguez para asaltar el Palacio Nacional. Explicando el propósito de por qué debía realizarse esa operación y el peligro que implicaba dicha acción”.
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Desde la perspectiva de Baby, la operación no sufrió de infiltración, pero entiende que participó demasiada gente, más de 200 combatientes, para “pasar desapercibida”. Siguiendo su relato “el plan consistía en que, una vez dentro del Palacio, las dos primeras columnas apoyarían a Capocci, quien debía irrumpir por la Doctor Báez con un tanque”. La primera columna cayó en una emboscada en un callejón cercano a la calle 30 de Marzo cuando comenzaron a dispararles con morteros, tras ser detectados por un helicóptero norteamericano que sobrevolaba “transmitiendo información en tiempo real”. En ese momento, la columna de Montes Arache fue detenida y en la que iban Juan Miguel y Fernández Domínguez dividida, quedando atrapada la avanzada en el fuego cruzado compuesta por un pequeño grupo de unos doce hombres, entre los que se encontraban Fernández Domínguez, Juan Miguel Román, “Pichi” Mella, Norge Botello, algunos combatientes haitianos y Baby Mejía.
Se entraron por los callejones de la casa del Dr. Marcelino Vélez, donde “murieron tres compañeros nuestros”, refiriéndose a Jean Seatour, Ramón Tavares y José Jiménez “porque el callejón no ofrecía cobertura alguna”. Cuenta Baby que la columna de Montes Arache pudo replegarse y reagruparse, aunque seguían disparándoles desde la Caribbean Motors. Uno de los “hombres rana” protagonizó a su juicio, “algo milagroso” ya que logró cruzar la calle 30 de marzo que tenía “todo el fuego concentrado ahí”. Fue entonces cuando Fernández Domínguez pensó que podía cruzar, pero apenas salió, fue abatido. Al ver que lo mataron, Juan Miguel Román exclamó: “¡Mataron a Fernández Domínguez!” y salió corriendo detrás de él, pero tratando de rescatar el cuerpo también lo mataron. Botello salió después, vio los cuerpos de ambos y comprendió la gravedad del momento. Fue en ese instante que la columna de Montes Arache logró romper el cerco y tomar la 30 de marzo permitiendo la salida del grupo por un solar contiguo, aunque en la retirada hirieron a Amaury Germán, Norge Botello y Euclides Morillo quien falleció tres días después.
Para ese momento, Ilio Capocci estaba muerto en el jardín del Palacio por lo que no se pudo lograr el objetivo de la operación. El combate concluyó a eso de las 6:30 p. m. según Baby Mejía, con “un fracaso muy costoso para nosotros, porque murieron muchos de los mejores compañeros del movimiento constitucionalista”. En ese tenor se expresó Belarminio A. Fernández (Benito), quien fuera uno de los jóvenes que el 14 de Junio escogió para ir a esa misión en el grupo de Capocci. Señala que en el asalto se perdió “la figura más importante del movimiento conspirativo de Abril, que fue el coronel Fernández Domínguez, y el dirigente más querido del Movimiento 14 de Junio, de mayor ascendencia en ese momento que era Juan Miguel Román”.
Durante las entrevistas del Archivo General de la Nación, Fiume Gómez explicó que tras los combates fue mandada a “buscar del partido, que vaya al [hospital] Padre Billini a recibir el cadáver de Juan Miguel Román. Yo fui quien lo recogí, lo bañé, le quité sus ropas, su anillo de matrimonio, su anillo de la universidad, todo eso lo envolví para guardárselo a Tere, su esposa, que vivía del otro lado, o sea, ella vivía por la Bolívar, pero para allá, ella estaba parida…, para entregarle a Tere todo lo que dejó su marido. Yo fui que lo bañé, le puse la ropa, lo cambié, no me mataron de casualidad, porque todo el mundo quería entrar, yo no lo permití hasta que no lo puse impecable, a Juan Miguel”. El guerrillero y combatiente constitucionalista Martín López Caro expresó: “¡Coño!, yo lloré a Juan Miguel Román, porque era la persona que tenía los pantalones para dirigir esa vaina!”. Carlos Campusano, destaca el impactó que generó la caída de Juan Miguel “una situación muy triste, muy lamentable, participamos después en el enterramiento y posteriormente vino una situación de frialdad”. En días posteriores, “las unidades móviles y carros de combate llevaban su nombre puesto en los laterales” siendo esa la muerte más sentida de toda la guerra.