Carlos Roberto, mi hijo, tuvo una “revelación” cuando visitaba una gran ciudad europea: ¡Todo aquello fue construido ladrillo a ladrillo!
Cuando José Antonio, un pariente del Cibao, visitó Nueva York, se negó a creer que esos edificios fueron hechos por hombres. “Eso lo encontraron hecho”, alegaba.
Similarmente, puede ocurrirle a quienes visiten el espacio donde estuvieron las Torres Gemelas; pueden tener dificultad en creer que alguna vez hubo allí dos edificaciones majestuosas.
Para los arqueólogos y estudiosos de civilizaciones antiguas, es relativamente frecuente encontrar ruinas milenarias enterradas; tan bien construidas que a veces piensan que sus edificadores fueron inspirados o dirigidos por seres de otros planetas.
El civismo que admiramos en países avanzados, fue edificado durante siglos con rigor, disciplina y constancia.
Admirable, sorprendente es la labor de hombres y mujeres dominicanos, que pasan siglos construyendo nuestra cultura, hábitos y costumbres, leyes y normas, expresiones artísticas y folklóricas: nuestros modos de ser y pensar.
Conviene tenerlo muy claro: Fueron construidos durante siglos, ladrillo a ladrillo. Como lo hacen diariamente los buenos padres, maestros, educadores y trabajadores de nuestras buenas prácticas y creencias.
Paradójicamente, necesitamos décadas para darnos cuenta de que muchas buenas costumbres se están yendo; hasta se han borrado de nuestras mentes: cómo tratamos a los mayores, a vecinos y extraños.
Muchos somos capaces de creer que amar y respetar al prójimo y ser generosos con los extranjeros es una costumbre que estuvo aquí desde siempre. Siendo lo cierto que tomó muchas generaciones aceptar que los indios nativos y los esclavos africanos eran igualmente humanos como los europeos colonizadores (y a menudo mejores personas). Basta con recordar los sermones de Montesinos, las declaraciones y afanes de Las Casas.
La sola lucha para enseñar a respetar lo ajeno toma generaciones de padres educando a sus hijos. No obstante, a menudo vemos, casi pasmados, que muchas gentes nunca internalizaron esas normas, y que aún no hemos aceptado cabalmente el concepto de que somos ciudadanos de un Estado que nos pertenece y nos necesita; que el procomún es cosa de todos y que las normas cívicas y las edificaciones, parques y calles son nuestras y debemos preservarlos.
Tampoco parecemos entender que la internalización de valores toma décadas, siglos.
Produce seria aprensión y disgusto ver hombres desnudos realizando públicamente prácticas sodomitas aberrantes y asquerosas ante templos y monumentos venerados de Santiago, celebrando la victoria de un joven homosexual a la presidencia de Chile.
Todo lo bueno que tenemos fue construido ladrillo a ladrillo, gota tras gota, de sudor, rocío, llanto o sangre. Obras también del amor y la paciencia; de amonestaciones y tirones, vigilancia y diligencia.
Nadie se juegue con nuestra heredad. Dios, Patria, Libertad: no son un slogan de publicitaria. Ni de “comunicadores”.
El 2022 es nueva oportunidad para enderezar, corregir, ordenar, construir. ¡Ladrillo a ladrillo! Mejores iniciativas de gobernantes y gentes para preservar nuestra herencia cristiana y humanista.
Mejores códigos pero que no derrumben los estabilizadores de nuestra sociedad. Parafraseando a Pedro Mir: Son mariposas cuya desaparición suele ser causa de destrucción de civilizaciones completas.
La internalización de valores toma décadas, siglos.
Todo lo bueno que tenemos fue construido ladrillo a ladrillo
La sola lucha para enseñar a respetar lo ajeno toma generaciones