El 5 de setiembre

El 5 de setiembre

El año ya no lo recuerdo, pero éramos estudiantes de secundaria en el  Liceo Presidente Trujillo, de la avenida José Trujillo Valdez, rebautizado, después del magnicidio,  con el nombre del Padre de la Patria Juan Pablo Duarte. El período fue 1946-1950.

Somos muy amigos desde esa época, pero por razón muy especial. Me permito referirla en seguida:

Cuando él me invitó por primera vez a ir a su casa a estudiar, tras abrirse la puerta, una señora tuvo un gran asombro. Era su madre doña Blanca Pascal de García, quien le pareció haber visto en mi su primer hijo (fallecido), y se estremeció. La muerte  del niño debió haber sido por el año 1935.  

Yo era huérfano de madre y me recibían en su casa  como si fuera el hijo fallecido tan temprano, dentro del admirable  matrimonio con don Pedro García Felipe.  Ambos ya murieron.

El segundo hijo,  que vino a ser  el mayor, estudió ingeniería. Se graduó hacia el año 1957.  Quizá un año antes: Es José Rafael García Pascal. Le decimos Puchito.

El matrimonio provenía de Monte Cristi, después de haber vivido  en San Pedro de  Macorís, donde don Pedro trabajó, como se dice hoy, para el “grupo” Armenteros. Para los fines de la década de los años cincuenta estaban radicados en Santo Domingo: don Pedro como representante de empresas extranjeras y doña Blanca con su tienda de ropas para niños,  en la acera norte de la avenida  Mella, al lado del  “Micine” y la Ferretería  La Artística, entre Duarte y José Martí.

La ciudad era pequeña, con poca diversión, pero muy sana. Yo me entretenía jugando pelota.  Puchito  y yo dedicábamos  horas a la letras, pero jamás recuerdo haber lanzado o atrapado una pelota de él,  ni en el mismo equipo ni en el contrario.  A pesar de que  era sobrino de  Nonito García, receptor  y  promotor del  base ball  en los años finales del 1930 y en los 40, y había jugado para el Licey de aquellos tiempos.

Al surgimiento de la pelota profesional (1951), mi amigo surge como fanático escogidista. Yo lo he sido del Licey, como toda la familia. Compartíamos ese entretenimiento, don Pedro más que nosotros, porque teníamos que dedicar horas a los estudios. Don Pedro nunca se perdió un juego en el estadio Quisqueya, no importa quiénes jugaban, tampoco en el estadio anterior de la Normal. Un día le preguntamos: ¿Por fin, cuál es su equipo favorito?  Nos respondió: A mí lo que me gusta son las buenas jugadas. 

No importa quién. Éramos condiscípulos a la Escuela Normal, varios amigos, entre ellos Nicanorcito Pichardo, Castillo Silva, Andábamos mucho: la cueva de Santa Ana,  los Tres Ojos (ansiosos y temerosos de encontrarnos con una ciguapa); el Malecón, San Antón, Villa Duarte, Villa Francisca, San Miguel, la cueva de Jobo Bonito. Disfrutamos mucho de la música  popular: Pedro Vargas, Néstor Mesta Chayres, Juan Arvizu, Nicolás Urcelay, La Tariácuri (Amalia Mendoza) Miguel Aceves Mejía, Chela Campos, Leo Marini, María Luisa Landín, Marco Antonio Muñíz… Pucho García armaba  un baile en cualquier momento: Nelson Pineda, la sonora matancera, Joseíto Mateo, etc.

Yo nunca he bailado. Así que junto a mi amigo, disfruté voces: Arvizu, Urcelay, Pedro Vargas, Néstor Mesta Chayres, Marco Antonio Muñíz, llegado a última hora.

Otra cosa que nos atraía  bastante es el  cine.  Para la época, asistíamos a muchas películas  protagonizadas por nuestros preferidos: Charles Boyer, Sir Lawrence Olivier,  Orson Welles, Joseph Cotten, Ingrid  Bergman, Joan Fontaine. Nuestra mayor admiración fue el “rey Cotten”, que le llamaban así porque rechazaba cualquier guión que no estuviera a su altura o cuyo tema no valía la pena.

Lo habíamos disfrutado en “Ciudadano Kane”,  con  Orson Welles, quien lo dirigió y lo colocó en la protagonización de otras buenas películas. Del “rey Cotten” no  olvidamos  “El retrato de Joanny”, ¿así? una realización magistral que Cotten encabezó, acerca de una niña de unos catorce años de edad, que el actor protagonista conoció  en un parque, y a quien comenzó a hacerle un retrato allí mismo, logrado con una gracia infantil extraordinaria, una ternura conmovedora. Una o dos veces  más se encontraron en el mismo parque;  pero después la niña desapareció por siempre. El pintor  indagó por los alrededores y los moradores  le dijeron que esa niña había muerto hacía tiempo.

Puchito y yo -ya lo he dicho-  somos  admiradores de Cotten.  Yo vi una película de este actor en el cine Encanto,  después de haberse  estrenado en el Rialto, calle Duarte,  o en el Olimpia,  en la  Palo Hincado. Aproveché la proyección en dicho cine, de la calle El Conde, entre José Reyes y Sánchez.

Fui solo  porque García Pascal tenía compromiso de examen en la Universidad (única en aquel momento).  No quise esperar que subieran la película a Villa Francisca, cine Max (inicio de la avenida Duarte) o a alguna otra  sala  que abundaban. Aquella cinta me interesó e invité a Puchito a verla juntos  cuando se repuso en el Cine Max.

El drama trataba de dos personas (hombre y mujer) comprometidos cada uno por su lado; de nacionalidad y residencias distintas en el viejo Continente, que se conocen de vacaciones en una playa europea. Comienzan en amistad y se envuelven en el romance. Claro, no olvidaban sus responsabilidades matrimoniales y veían con tristeza cómo el tiempo inexorable avanzaba para acabar con aquel  idilio.

Una mañana, tirados en la playa, Cotten pregunta a Fontaine  (co-protagonistas) acerca de la fecha. Ella mira el reloj y le responde: 5 de setiembre. Se trataba del mismo día del calendario real en que nos encontrábamos en ese momento, virtual en la proyección de la cinta. A los dos amigos  nos sorprendió la  ¿coincidencia?  que nos sentó ese día en sendas butacas de un cine.

¡5 de setiembre! Después de ese hecho, años atrás, Puchito y yo tratamos de comunicarnos en esa fecha.

¿Por dónde andará mi amigo? Mi  hermano: ¿Boston, Chicago,  Nueva York o Miami?

Ahora mismo no lo sé…

Pero sé que estará pensando en mí y en nuestras andanzas. Andará de manos con Victoria,  con un hijo o nietos, como yo, de igual manera.

¡5 de setiembre! Un lema a la fraternidad, una bandera desplegada a lo más alto de la voluntad y del afecto común.

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