La importación desde siempre de braceros para el corte de la caña abrió las puertas del mercado laboral dominicano antes de que también se adueñaran de los empleos del sector construcción y de otras actividades agrícolas. Revertir la presencia masiva de extranjeros en áreas importantes de la economía debería ser un objetivo de alto interés social que ponga un poco de lado las repatriaciones sumarias, un bumerán que los hace regresar prontamente dando a los traficantes de viajeros y a autoridades corruptas innúmeras oportunidades para criminales cobros por derechos de paso.
Urge incentivar a los dominicanos a tener presencia en ocupaciones que desprecian porque aspiran a remuneraciones por tareas de «suavidad urbana»; de «motoconchos» y «deliverys» y de sumarse a la inundación que hace proliferar la venta de ropas usadas que llegan por pacas irrefrenables. El microtráfico, el comercio de juegos de azar y el «botellerío» que tanto gusta a los gobiernos y coloca a la burocracia dominicana en la mayor dimensión en América, también explican la preferencia por ingresos fáciles que alejan a los nativos de áreas de desempeño que obligan a fuertes acciones musculares con escasa participación en las utilidades que su sudor genera.
Los empleadores, obligados por un Código de Trabajo moderno y justo que eleve la paga y los beneficios colaterales a quienes ocupen plazas verdaderamente productivas en campos y ciudades, deberían estar ya «patrióticamente» al servicio de la dominicanidad reclamada.