El aborto, el poder y las iglesias

El aborto, el poder y las iglesias

La aprobación el 16 de diciembre por el Congreso Nacional del Código Penal, que castiga hasta con 20 años de cárcel a quienes participen en la interrupción de un embarazo “desde la concepción”, sin ninguna excepción, es una barbaridad verdaderamente anacrónica. Un “ retorno a la Edad Media”.
En realidad, tal afirmación no hace justicia siquiera a esa época de oscurantismo, ya que la escolástica medieval, siguiendo a Aristóteles y a Santo Tomás de Aquino, consideraba que la “animación humana” se producía 40 días después de la gestación.
Fue solo en 1869, en la cresta de la ola del romanticismo que el Papa Pío XI “dictaminó” que la animación humana era inmediata a la fecundación y condenó el aborto como un pecado mortal, sin importar la salud de la madre, la violación o el incesto, ni cuando hay abandono de las víctimas.
Eso no significa que en el Medioevo el Poder lo hiciera mejor que en el siglo XIX, porque no impedían el aborto antes de los 40 días, pues en cambio la Iglesia justificó la “cacería de brujas”, al perseguir como tales y quemar a miles de curanderas que pretendían rivalizar con los monjes que ejercían el monopolio del ejercicio médico todavía sin mayor pericia, y se torturaba a enfermos mentales como poseídos.
Esa misma ignorancia y prepotencia es la que lleva a justificar condenas por la suspensión del embarazo contra la razón científica y la libertad; en casos de peligros de eclampsia, embarazo ectópico, microcefalia y tragedias similares, cuyas consecuencias pueden ser evitadas en las primeras 12 semanas de embarazo; si es la voluntad de las madres potenciales, para no caer en un espiral de miseria, abandono y deshonor; al mismo tiempo que se previenen numerosas muertes por prácticas abortivas clandestinas, sobre todo de las más pobres, en tanto hay aquí un feminicidio cada dos días y pederastia religiosa y seglar como verdadera plaga.
Es una vergüenza que en pleno siglo XXI haya quienes no respeten el derecho de las mujeres a defenderse, imponiéndoles normas draconianas; los religiosos por sectarismo extremo y los legisladores por oportunismo. El poder político es supuestamente para beneficiar a la ciudadanía y garantizar su salud física y moral; pero cede a presiones de quienes representan visiones alejadas de la realidad social y científica, por lo que se sacrifica a muchas mujeres y niños que son abandonados a su suerte; lo que genera más ilegalidad y muertes, por falta de atención calificada y penurias, en pocas sociedades como la nuestra, que se mantienen aferradas a criterios hace tiempo abandonados, en sociedades como en Italia, España, México, Estados Unidos y otras. Por fortuna, el papa Francisco ha dado un importante paso permitiendo permanecer en la Iglesia y “perdonando” a los divorciados, homosexuales y abortistas.

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