El abuelo que se perdió

El abuelo que se perdió

Había escogido el domingo retropróximo (2-1-2011) primer domingo del año, para llevar a mi nieta Sarah Milagros a un buen esparcimiento y saludable experiencia para ella.

El destino: “Iguana Park”, al oeste del gran Santo Domingo. Algo debía tener en cuenta: Sarah es bastante inquieta y, además, posesiva e imponente. Coloco esa cadena de adjetivos porque, realmente, no me siento calificado para separar alguno, por la dificultad de eliminar lo que disminuya características de su personalidad.

¿Personalidad? ¡Cómo no! Todo el mundo se asombra de su manejo del lenguaje y sus mandatos para resolver cualquier situación que se presente. Tiene siempre una idea a la mano o en la mente. ¡Qué sé yo!

Si al escribir utilizas una silla que no es la acostumbrada por ti, carga con un asiento que te acomode.

En días pasados me rogó que durmiera en una cama adaptable que hay en su habitación, porque no quería estar sola. Su madre, que vive con nosotros, tenía compromisos y no sabíamos la hora de retorno.

Su habitación, no sé por cuáles razones, tiene un problema eléctrico que no se ha podido recomponer; pero sólo sucede en el centro del techo. Sarah teme a la soledad y a la oscuridad.

Le dije que viera su Discovery Kid o su Hanna Montana, porque recuerde que yo acostumbro a leer antes de dormir, y su dormitorio carece de iluminación.

Cuando Sarah quiere algo se prodiga en cariños, besos hilvanados, abrazos, se acuna sobre mi pecho. Vive saludando a toda persona que conozca, aunque la persona, grande o pequeña, esté algo lejos. Me recuerda en este comportamiento a Atahualpa Yupanqui: “Cuando dos se quieren bien de una legua se saludan”.

La noche en que le hablé de la luz en su habitación, me contestó:

-No te apures. Yo lo resuelvo.

Salir y volver a su habitación, fue todo un hecho. Conectó un enchufe y se hizo la luz. Es una lámpara que uso para mis lecturas nocturnas. Admiro su viveza, su reacción tan rápida y certera.

Ella me acomodó la lamparita y colocó el volumen de la televisión a nivel adecuado para que no entorpeciera mi lectura.

Días atrás me sentí comprometido, pues recordé que no pude llevarla a “Iguana Park” el año pasado.

Una vida activa y enriquecedora. La llevo al parque Colón, a las ruinas de San Francisco y a otros sitios donde se han concentrado las palomas en la ciudad, para darles de comer.

Vamos a la piscina y a otros sitios de diversión. Conoce el Teatro Nacional. Hemos ido allá a ver espectáculos infantiles. Los últimos que vimos fue a los Backyardigans.

Es asidua a las “pizzerías” de su tío Ambiórix, restaurant “La Pizza”, en la Winston Churchill y en las otras.

Tan pronto estuvimos en Iguana Park, seleccionamos los juegos mecánicos.

Se disiparon las horas. Ya se había encaramado en multitud de juegos. Resolvimos ir a comer algo. Pero antes, con su personalidad disipada voluntariosa, me dijo:

-Quiero montarme en las  “abejitas”

Y salió disparada. La carrera de ella por subir a uno de estos entretenimientos marca una gran diferencia con mi torpe caminar de tantos años vividos.

Después de buscar a Sarah por tierra y “aire” o filas para gozar otra cabalgadura, dije para mis adentros: “Se me perdió la muchacha”; pero seguí buscando por distintos emplazamientos del parque.

Mucha gente…, muchas filas… y nada ¡Cómo voy a dar cuentas a los familiares!

Los minutos fueron muchos y demasiado lentos para mi resistencia. Pregunté a miembros de seguridad y me daban alientos e instrucciones.

Al fin acudí a las oficinas, donde me dijeron que la nieta había estado allí con una compañerita del colegio y que salieron a localizarme. Iban dos señoras y varios niños.

Al llegar al punto indicado un miembro de seguridad me preguntó por el nombre de la nieta extraviada y por el mío. Respondí: “Sarah, siete años; y mi nombre es: González Tirado”.

Así mismo dijo el agente de seguridad. Esas son las personas que estuvieron aquí y una niña me explicó que su abuelo se le había “perdido”.

Se presentó el jefe de seguridad e intercambiamos durante unos minutos. Ya mi ánimo, era otro. Recibir la intención de un coronel de Fuerza Aérea Dominicana, cabeza superior de todo aquel emplazamiento. El militar es de apellido Nin, caballeroso, de magnifico trato y de fina educación.

En efecto, pasado un tiempecito vi a la nieta acercarse dentro del grupo que se impuso la tarea de dar con el abuelo.

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