El aburrimiento seca el alma,
la cebolla ablanda la fe

El aburrimiento seca el alma,<BR>la cebolla ablanda la fe

RAFAEL ACEVEDO
El aburrimiento puede ser mortal para el alma humana. La falta de variedad y de estímulos diferenciados puede provocar desencanto, abulia y parálisis del alma. En el libro de Números, capítulo 11, se relata cómo el pueblo judío en el desierto, no mucho después de ser libertado, se quejaba amargamente de lo aburrido que le resultaba el maná.

Se acordaban del pescado que en Egipto comían gratis, y suspiraban ahora por los melones y pepinos, los puerros, las cebollas y los ajos de que disfrutaban durante su esclavitud: «Ahora nuestra alma se seca, pues nada sino este maná ven nuestros ojos». Hace unos días, un grupo de refugiados protestó porque estaba hastiado de tanto moro de pica pica y locrio de salami. Vistas las cosas con cierto rigor, resulta revelador que una persona o una comunidad se subleven al extremo de aceptar condiciones de vida más rigurosas, incluso de opresión y daño a su salud, a cambio de la satisfacción de un deseo o de un determinado hábito.

En el caso de los drogadictos los especialistas hablan de dependencia fisiológica, de tipo químico con respecto a la droga, pero también de una dependencia emocional igualmente aberrante.

 Es de observación común nuestra dependencia de gustos y sabores cotidianos. Los deportistas Juan Sánchez Correa y Bullo Steffani, después de varios días de notificados de que su pupilo el lanzador Octavio Quezada se había fugado del campo de entrenamiento en las grandes ligas, lo encontraron en su casa, en una campo de San Francisco de Macorís, comiendo mangos debajo de la mata, mientras recibía a sus asombrados promotores con «yo me vine para acá porque me hacían falta el arroz y la habichuela, y estos manguitos que se estaban perdiendo».

¡Qué difícil se les hace a muchas amas de casa cocinar sin los calditos de pollo, contra las advertencias de consejeros de la salud! ¿Quién no conoce a un médico o a alguien que prefiere morir a dejar de fumar, beber o ingerir ciertos alimentos?

Yo conozco a un religioso que le pidió a Dios que lo sanara de una enfermedad circulatoria, y que escuchó que Dios le dijo: «te sanaré pero tienes que dejar el cigarrillo», tras lo cual el religioso dijo en voz baja: «Caramba, ¿para qué le pedí que me sanara?»

Todos pensamos en el bebedor o fumador empedernido, pero rara vez reparamos en el peso de otros hábitos socialmente muy arraigados. Los que juegan dominó son capaces de llegar a las diez de la mañana a una reunión de familia y salir a las seis de la tarde sin pararse de la mesa de juego ni a saludar a su madre, los que juegan golf no lo dejan ni para asistir al entierro de su suegra, refiere un chiste.

Hay gente que parecería con mejor sentido porque tiene hábitos más refinados. Personas que se pasan el día enterándose de lo más mínimo que ocurre en el mundo, otras, escuchando unos boleros totalmente aniquiladores por su carga emocional. No siempre es la mucama ni se trata de bachatas, pero también de los señores de casa escuchando a «grandes intérpretes melódicos».

¿Será el caso, tal vez, que si dejaran de hacerlo se les secaría el alma? «Sin un amor la vida no se llama vida», decía el bolero. Pero a falta de un amor solo me quedan las canciones de amargue, diría el otro.

Los ricos parecieran más inteligentes, nada de amargarse con cancioncitas. Prefieren un viajecito, una casita en la playa o una queridita, para que la vejez no agobie. ¿Se le secaría el alma a don Fulano si no echara esas canitas al aire?

Lo peor no es el amargue, la canita o el adulterio, sino el ánimo de rebelión que esa supuesta sequedad del alma genera en nosotros, que nos ata a un habito, a una forma de ser y pensar que nos aleja de nuestro cónyuge y de Dios. El populacho dice que de amor no se muere nadie. Hay especialistas y gentes sabias que aseguran que en pocos días la sequedad pasa, que Dios ve y provee. Cuestión de confiar y esperar.

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