El abuso de las hipotecas bancarias

El abuso de las hipotecas bancarias

Eran las 9:30 de la mañana. Pedro Agüero entró al banco. Una joven con sonrisa complaciente lo recibió. Le ordenó sentarse y le ofreció algo para tomar.
Él deseaba un préstamo para una vivienda.

-Deme su documento de identificación-le dijo la empleada.

Tras la evaluación crediticia, se determinó que el padre de familia y trabajador de clase media calificó para la solicitud.

Al poco tiempo firmó los documentos requeridos para el desembolso.

En cuestión de meses la familia, integrada por los padres y dos niños iniciando escuela, se trasladaron a su residencia.

Sin embargo, la emoción, el tiempo, la ignorancia y la ingenuidad no permitieron al adquiriente leer con detenimiento las cláusulas contenidas en el documento que el banco dio para firmar. Además es algo en lo que todo el mundo cree y acepta sin preguntar mucho.

A los tres meses, los adquirientes notaron que la cuota mensual, pagadera a veinte años, aumentó de valor. El asunto fue que una diminuta cláusula, casi imperceptible, indicó que después de tres meses, el valor de la tasa se dispararía de un valor inicial a uno mayor. Seis meses más tarde, ocurrió lo mismo: la tasa volvió a remontarse por las nubes.

El aumento del banco sobre el valor de la hipoteca, sencillamente llevó a que la familia tuviera que abortar el negocio.

Paradójicamente, mientras eso ocurría, por otro lado había una especie de guerra de ofertas para nuevos clientes, con tasas blandas y a tiempo mucho más largo.
En su lógica, Pedro Agüero intentó renegociar. Pero ya era tarde. Su oficial le informó que eso se hacía sólo con nuevos clientes, no para los que ya estaban enganchados.
Para esa familia, la hipoteca se convirtió en una pesadilla.

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