Tampoco en tiempos de Jesús, nadie quería perderse un banquete de bodas. La etiqueta mandaba que las amigas de la novia, esperasen al esposo con sus lámparas encendidas en la noche. Hoy, (Mateo 25,1-13) relata cómo algunas de las amigas eran prudentes y otras necias. Las prudentes se proveyeron de suficiente aceite para la espera. Las necias no se molestaron. Llegó el esposo y las prudentes salieron a su encuentro, mientras las necias habían ido a comprar aceite. “Se cerró la puerta”. Más tarde, llegaron las necias rogando: “Señor, señor, ábrenos”. Pero él respondió: “Les aseguro: no las conozco”. Por tanto, velen, porque no saben el día ni la hora”.
Al final del año, la Iglesia nos invita a considerar a Jesús de Nazaret como el que vino (Navidad), viene (Adviento) y vendrá (Cristo Rey).
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Hoy nos invita a velar como creyentes y como ciudadanos.
Vela como creyente, quien aviva la lámpara de su esperanza: “si creemos que Jesús ha muerto y resucitado, del mismo modo, a los que han muerto, Dios, por medio de Jesús, los llevará con él”. (1 Tesalonicenses 4,13-18). Cristo es siempre el que viene, y a cada creyente le toca salir a su encuentro con la lámpara encendida de una vida digna.
Vela como ciudadano, quien actúa prudentemente (Sabiduría 6,12-16). Hay que tener sed de la prudencia (Salmo 62). La prudencia hay que buscarla, pero quien la busca “la encuentra”.
¿Somos un pueblo prudente? Entre nosotros, analistas expertos preguntan: ¿habrá sido prudente endeudarnos tanto? Una ciudadanía que invierte millones de pesos cada noche en apuestas, ¿no debería disponer de ofertas de ahorro más responsables? ¿Ha sido prudente adjudicarles durante años millones a los congresistas para que ellos los repartan? La trémula llama de la lámpara dominicana brilla en la noche; la prudencia pregunta, ¿Cuánto durará?