El acotejo criollo

El acotejo criollo

Atribuir al antitrujillismo tardío la hazaña del 30 de mayo parece blasfemia. Recordar el desafortunado proceder político del único sobreviviente del atentando, sin regatearle un ápice a su arrojo, para algunos, es incorrecto. Decir que el látigo vengador de Viriato Fiallo fue vencido por el pragmatismo del candidato del PRD, en las primeras elecciones pos tiranía, no es adecuado y menos mencionar que, para triunfar, el apoyo de los trujillistas fue decisivo. La candidez y desaciertos de la guerrilla y las agrupaciones revolucionarias, las iniquidades del golpe de Estado, los episodios inconfesables de la guerra de abril, las complacencias del balaguerismo con sus adversarios y víctimas, componen el extenso glosario de hechos ocurridos, después del tiranicidio, cuyo relato está incompleto. Baúles protegidos por cerberos golosos, impiden que los detalles se expongan.

El controversial Font Benard, admirador del “jefe”, seguidor y amigo de Joaquín Balaguer, mantuvo vigencia, después del 1961, porque conocía el acotejo criollo. El político, historiador, sempiterno funcionario, descubrió en su mocedad, que aquí el encubrimiento histórico es norma. El cambio ocurrido en el 1978 no mermó su principalía, la modificó. Sucesivos mandatarios sabían que era indispensable contar con su gracia. Sagaz y atrevido, sorprendía. Sus clarinadas asustaban. Bastaba uno de sus epigramas para que la honorabilidad criolla temblara. Amenazaba con divulgar sus archivos, con la redacción de sus memorias, con la información privilegiada que atesoraba, capaz de estremecer al más ecuánime. Testigo de claudicaciones, notario informal de acuerdos tenebrosos, mensajero de buenas y malas noticias, la sordidez nacional no le fue ajena. No denunciaba, insinuaba porque así se escribe la historia criolla, acotejando sucesos, obviando culpas. Con hadas, príncipes y malvados que se convierten en buenos y en pacíficos instrumentos del destino. La banalidad del mal o lo hice sin querer y acéptame. El vínculo de causalidad entre la acción y el daño, no existe, de modo que hay asesinatos sin asesinos, violaciones sin violadores, torturas sin torturadores, esbirros y sicarios sin mandante. La fantasía del trujillista bueno y del trujillista malo, del balaguerista que desconocía la represión, del soplón ignorante de las consecuencias de su informe, de las mujeres sin participación en las tropelías del autoritarismo, abonan la fábula. Tranquilizan.

El proverbio jemer “la verdad es un veneno” (“La Eliminación” Rithy Panh) ha sido asumido por historiadores y cronistas. El silencio, la distorsión, el fingimiento, son antídotos. El protagonismo dominicano depende de esa pócima. Es la mentira que decide heroísmos. Cuando el cimiento es la falsía la vigencia del procerato es efímera. Cualquier dato fuera del libreto arriesga nombres. El colectivo necesita transparencia y rigor histórico. Negar, inventar, resta. De nada sirve teñir las epopeyas contemporáneas, camuflarlas. Cincuenta años después del asesinato de Manolo Tavárez Justo, en Manaclas, una comisión, creada mediante decreto, tiene la tarea de organizar la jornada para enaltecer al líder del Movimiento Revolucionario 14 de Junio. La agenda diseñada por las personas escogidas incluye charlas, designación de calles, avenidas, parques, con su nombre. Se prevé la visita a Manaclas- San José de Ocoa- a Monte Cristi, reedición de libros, difusión de biografías. Intenso y necesario el calendario, sin embargo, hasta ahora, no hay mención de los gestores de la traición y la muerte, de la entrega y la coartada. De nuevo el acotejo y la sombra de la mudez, la callada contemporizadora. Señalar a los autores del crimen, compensa la impunidad gestada por la inacción de unos y el descaro de otros. Durante cinco décadas se ha balbuceado el nombre de la cobardía y la venganza. Es el recurso de Font Bernard: insinuar. Para que los incriminados se atrevan a desmentir o admitir su acción, es imprescindible la imputación precisa. La comisión debe atreverse. Recopilar versiones y divulgarlas. La esperanza no es un proceso penal ni una sentencia. Prescrito el crimen que la deshonra cobre. Callar otra vez, compromete, engaña, desluce la efeméride. Oculta y el ocultamiento es complicidad.

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