El acto médico
El acto médico es en sí mismo un reto, un desafío al conocimiento

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La talentosa comunicadora social Ebony Lafontaine, gran amiga, en su columna del Suplemento de Salud de este diario, el domingo pasado, hace unos comentarios sobre la consulta médica, y que luego de la lectura obligada de su siempre atrayente sección, nos indujo a reflexionar, juicios que deseo compartir en este “conversatorio” con los amables lectores de los domingos, de estas “relajadas” mañanas de inicio tardío.

La citamos: “Un médico debe ser un humanista, conocer de ética, psicología, sociología, de historia, de vida… Cuando un médico no cumple con esa visión integral y ve al “usuario” como un simple generador de papeletas, un ejemplo sería cobrar una consulta de RD$2,000 por referir a un paciente a un médico socio, porque no recibe el seguro médico que se le presenta, o cuando hace un cobro por consulta y no da factura, aun se le pida. Así múltiples ejemplos del despropósito de un médico que por pesos rompe su esencia humanista”.

Ese mismo domingo, en mis meditaciones hojeé mi penúltima obra, el libro “Cerebro Ciencia y Sociedad” y repasé  algunas  aseveraciones que todavía hoy día, unos 14 años después tienen gran vigencia. El acto médico es en sí mismo un reto, un desafío al conocimiento y a la responsabilidad ética y moral, fundamentado en la búsqueda de un remedio y en el deseo del médico de triunfar para la solución del malestar que aqueja al enfermo. Lo que convierte el acto médico en una acción muy especial dentro del campo de las ciencias.

En la práctica moderna acechan dos grandes tentaciones: la supra-especialización como primera y la dispersión económica por otra parte. La época del médico omnímodo, sacerdotal y superdocto de los siglos pasados es historia, pero debe persistir como base de una práctica confiable que el médico sea responsable, y como imperativo, debe tener las cualidades humanas y de sensibilidad para que como buen artesano se incline serenamente sobre su objetivo para pulirlo y darle cada vez más brillo, y que por su capacidad, los errores sean los menos, porque  ha asumido la profesión como una forma de existencia.

El profesional médico tiene el inconveniente de que rinde un servicio de carácter personal, pero por la gran autoridad moral que le otorga el paciente al depositar su confianza en él, ese acto de dedicación y esfuerzo intelectual, es evidente que sigue subvaluado. Existen pocas profesiones o técnicas en las que haya una delegación de responsabilidad más grande que la otorgada por el paciente a su médico. Hablo de inconveniencia, porque en todos los casos los honorarios son directos; en este acto de salud y enfermedad, de vida y muerte, no debe haber mercantilismo ni mezquindad. Sólo la conjugación de dos almas, la del médico y la del paciente, en un acto justo para ambos.

Pero ese profesional, que en su mayoría es un hombre universal, con condiciones morales, vocacionales e intelectuales muy por encima del promedio de otras áreas  del saber, también tiene su parte humana, comete errores como todo terráqueo, con inmoderadas ambiciones y veleidosas debilidades en algunos casos, pero con necesidades reales que deben ser suplidas. Pero esto nos es una excusa válida, para la práctica de una medicina cuestionable, ni mucho menos para un ejercicio descontrolado y poco delicado, pues al final pagamos justos por pecadores.

La crisis moral y económica del mundo, ha generado una variante en la deontología profesional, no se puede negar. Entendemos que se le exige al médico, quizás más que a cualquier profesional: preparación, actualización, comedimiento, apariencia y dedicación hacia el enfermo, la prestación de un servicio casi apostólico.

Pero por encima de todo, somos de la creencia que aun ante la crudeza de particulares ambiciones desmedidas, de un mundo que se torna cada vez más indiferente e indolente social y económicamente, debe primar el compromiso de un ejercicio médico, ético, inteligente, ecuánime, sensible, comprometido y, sobre todo, responsable y mesurado.

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