El adiós perenne

El adiós perenne

En este tránsito que conocemos como “paso por la vida” el devenir nos brinda ciertos privilegios de compartir con seres excepcionales.

Desde cuando iniciamos nuestras inquietudes juveniles, siempre nos acogíamos al calor del amigo fiel y entrañable que, aun hoy, vive en nuestros recuerdos.

Con el transitar de la vida, se presentan nuevas oportunidades privilegiadas de tener un amigo sincero y lleno de sabiduría.

Recuerdo mis años infantiles y llenos de inquietudes al lado de César Augusto Rizik Pimentel, al que le profesé un aprecio perdurable a través del tiempo.

En mis años combativos, como único poseedor del martillo de la divinidad escandinava personificado por THOR, hijo predilecto de Odín, fomenté un lazo poderoso con mi fraterno amigo Roger Mejía Ocaña, el cual me ha dado el privilegio de re concebir a su primogénito como un hijo y compañero inquebrantable de mi familia.

Los avatares y azahares de la política, unidos a la sabiduría innata, me otorgó el privilegio de compartir con Luis Manuel Castellanos. Su sabiduría traspasaba los confines de lo obvio, matizado con una determinación que solo los hombres de bien  saben esgrimir. Concomitantemente, pude descubrir a un ser excepcional en la persona de Jacinto Bienvenido Peynado Garrigoza, mi entrañable “pancho”.

Más reciente, se me presentó la hermosa oportunidad de compartir vivencias inolvidables con Eduardo Rodríguez Sanabia, un verdadero titán de bronce, pero con un corazón digno de una apología profética y descarnada.

Con esta base emocional, pude recibir en mi corazón a Rafael Amable de Jesús Cuello Hernández, nuestro Rafuchi, que me arropó de inmediato con su bondad y amistad sincera. Amistad genuina, producto de un linaje familiar ancestral y de una visión del futuro más allá de la simple comprensión humana.

Rafael, ser extraordinario, ha dejado un vacío enorme con su partida en el seno de mi familia y de todos aquellos que le conocieron y veneraron.

En realidad, para mi éstas han sido pérdidas irreparables que apuntan hacia una reconceptualización de los principios fundamentales que aún me quedan por vivir. Paz a sus restos, y solo espero que cuando la Murga me llame, pueda contar con su presencia ese ese tránsito sublime y eterno que es la muerte.

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