El admirador incondicional

El admirador incondicional

Hace varios años asistí en el estadio Quisqueya a un encuentro de béisbol profesional entre los leones del Escogido y las Estrellas Orientales, con escasa asistencia.

Un ex condiscípulo del bachillerato se sentó cerca de mí, dejando un asiento en medio de los dos, y de inmediato comenzamos a mencionar alumnos y profesores del liceo donde estudiamos.

Pero suspendimos el diálogo para admirar las curvas y el rostro agraciado de una joven, que hizo su entrada vestida con una minifalda atrevida.

– ¡Diablo, que maldito hembrón!- exclamó mi amigo, elevando la mirada hacia el techo del estadio, y de inmediato comenzó a describir los encantos de la damita.

– Lo que tiene esa mujer no son muslos, sino caballos.

No es que sean exageradamente gruesos, sino generosos y hermosos.

Y en cuanto a los senos, tienen la parejería levantisca de la juventud. ¿Y que me dices de esa carita que parece que le robó a los ángeles? Aunque no soy buen mozo, le voy a girar románticamente, y si la conquisto, me caso en lo que canta un gallo.

En un par de ocasiones la joven miró hacia el lugar desde donde admirábamos sus encantos, pero sin asomo de halago en el rostro.

-Se nota que ninguno de los dos la ha impactado, pero son casi inexistentes los amores a primera vista; los cariños surgen del discurso, de las afinidades, y hasta de las situaciones por las que atraviesan aquellos que inician una relación amistosa- manifestó mi ex compañero de aula, visiblemente exaltado.

Una señora obesa, sentada detrás de nosotros, quien seguía con interés el monólogo, intervino con cara apenada.

– Lamento decepcionarlo, caballero, pero conozco bien a esa aparente mujer, que es realmente un travesti- dijo.

– ¿Está usted segura?- preguntó mi amigo, con voz apenas audible.

– Tan segura como de que estamos viendo un partido de béisbol- respondió la dama.

El hombre enmudeció, y sólo recuperó el habla cuando la gorda abandonó su asiento para conversar con una mujer sentada en el extremo opuesto de la hilera que ocupaba.

– Será un macho, pero hasta como mujer falsa es bellísima, y más femenina que muchas verdaderas- argumentó, con rostro contrariado.

Sus palabras me llevaron a pensar que mi interlocutor quizás tenía un fuerte componente pajaril.

Pero el paso de los años, sus dos matrimonios, y algunas infidelidades heterosexuales, demuestran lo contrario.

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