El agridulce Nueva York de Arthur Miller también cumple cien años

El agridulce Nueva York de Arthur Miller también cumple cien años

  Nueva York.  La ciudad de Nueva York, donde este mes hace cien años nació el dramaturgo Arthur Miller, formó parte esencial de la vida y obra del autor de “Muerte de un viajante” y “Todos eran mis hijos”, que han vuelto a las tablas en Broadway.

El veterano crítico de teatro de The New York Times Ben Brantley dijo que ningún autor teatral había transmitido con tanta contundencia como Arthur Miller las falsas promesas y traiciones de la ciudad de los rascacielos.

La desilusión del hombre corriente en busca del embustero sueño americano es uno de los grandes temas del inolvidable autor teatral, que nació en la Gran Manzana el 17 de octubre de 1915.

“Nueva York funciona como un personaje en la mayoría de sus obras como se hace evidente en “Muerte de un viajante” por ejemplo, donde se dibuja un Manhattan gobernado por la codicia y la rivalidad”, explicó a Efe Leigh Woods, profesor de teatro y drama en la Universidad de Michigan, la misma en la que estudió el dramaturgo.

La primera parada de una imaginaria ruta del Nueva York del autor pasa por Harlem, en un apartamento con vistas a Central Park, su primer hogar.

Leyendo su autobiografía “Timebends- A Life” ya se adivina que el Miller infantil se siente de algún modo atrapado en la jungla de asfalto.

Lector de Mark Twain, Miller recuerda haber intentado huir de casa y emular a Huckelberry Finn con escaso éxito. “No tenía Missisipi, podía quizás adentrarme en Central Park o bajar por Lenox Avenue”, recordó en sus memorias.

El colapso de Wall Street, en la otra punta de Manhattan, cambiaría el porvenir de la familia Miller, inmigrantes judíos polacos, que se trasladaron al entonces más asequible Brooklyn, donde el escritor centraría la mayoría de sus obras.

Según contó Woods, existen evidentes diferencias entre los personajes de una y otra orilla del East River.

“Miller dibuja en Brooklyn unos protagonistas menos egoístas y egocéntricos”, explicó el profesor, que apunta que el autor prefirió no mencionar calles ni lugares concretos en sus obras “por el deseo de contar historias con las que cualquier persona, desde cualquier lugar, pudiera sentirse identificado».

El neoyorquino terminó estudiando en la universidad de Michigan después de abandonar antes sus clases en el City College de Nueva York, en cuyos pupitres se quedaba a menudo dormido tras haber trabajado toda la noche.

Pero no todo fue desazón en Manhattan. Miller vivió su propia luna de miel con la isla coincidiendo con su historia de amor con la más bella y popular actriz del siglo XX, Marilyn Monroe.

Miller la cortejó en el Waldorf Astoria de Park Avenue, en el Midtown, donde ambos fueron más de una vez fotografiados “degustando” un perrito caliente en plena calle.

La boda, que fue la segunda para Miller, quien llegaría a celebrar incluso una tercera, tuvo lugar lejos de Manhattan, en White Plains, al norte del Estado de Nueva York, donde el juez Seymour Rabinowitz los casó en una ceremonia de apenas cuatro minutos.

Cuando se acabaron los días de vino y rosas con Norma Jean, Miller se refugió en el Chelsea Hotel, un lugar acostumbrado a la discreción y que a lo largo de los años han habitado estrellas como Bob Dylan, Jackson Pollock o Andy Warhol.

Aunque si un lugar siente la huella del escritor en Nueva York ese es Broadway, la meca del teatro y en cuyos principales escenarios se han representado todas las obras del autor sin apenas descanso, de “Todavía crece la hierba” o “Las brujas de Salem».

Miller lamentó antes de morir que Broadway hubiera expulsado a los trabajadores y vecinos de sus teatros por culpa de los altos precios de las entradas.

Aunque fueron paradójicamente sus éxitos teatrales, así como las recordadas adaptaciones al cine, lo que le permitieron en 1950 comprarse una propiedad en Connecticut, donde todavía hoy vive la clase pudiente de la costa este de EE.UU.

Según Wood, allí encontró menos distracciones para seguir adelante con su escritura y vivir una vida tradicional junto a su última mujer, la fotógrafa Inge Morath, y su hija Rebeca.

Así, lejos del mundanal ruido de Manhattan, Miller murió en Connecticut en 2005 con 89 años y el legado de un retrato imborrable de la capital del mundo.

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