El agua y la candela

El agua y la candela

El grupo no entendía  de dónde salió el agua que ensució el río sin que lloviera ni en la cabeza ni en el curso. Sencillamente surgió. Era agua de albañal, putrefacta con olor a cueva cerrada, llena de murciélagos. Era difícil  descifrar de dónde salía esa agua putrefacta que intentaba agarrarte por los tobillos para impedirte caminar.

Esa agua dificultó el vado del río. Primero brotó como un comentario que semejaba una candela de basurero, persistente, silente, constante, ocultando el poco de humo que la denunciaba.

Se decía, siempre se dice, siempre se decía, que debajo de la tierra, de manera subterránea caminaban la candelita de basurero de los comentarios y brotaba el agua putrefacta a su lado.

Era difícil de entender cómo si el agua y la candela andaba juntas debajo del agua una no apagaba la otra. Quizá se trataba de un juego como aquel del “similindruño”, que se jugaba con el puño derecho apretado y se le pedía al interlocutor: “ábreme el puño” para que abriera la mano, mediante el  santo y seña “sobre de cuánto”,  puesto que se intentaba adivinar cuánto dinero estaba oculto y se respondía: “sobre de tanto” sólo cuando se abría el puño  se determinaba quién ganó.

Realmente es difícil, porque nada es imposible, saber si nuestro requerimiento de que nos abran el puño tendrá un feliz término y lograremos determinar quién encendió la candelita de basurero que el agua de albañal reúsa o no puede eliminar.

Es importante determinar de dónde sale esa agua sucia, putrefacta, quién la dirige, hacia dónde, por qué esa agua ha logrado encharcar, donde se adivinaba un premio.

Quizá la candelita surgió para que no se pensara que el agua pútrida era un fenómeno de la naturaleza y su persistencia logró enseñarnos que se trataba de una acción indigna de algunos hombres.

Entonces fue cuando apareció el mago que sacaba cigarrillos del aire y convertía una mota de algodón en una avecilla de trino desafinado.

Era el momento de buscar una solución al aire pestilente, al hedor a cueva cerrada llena de murciélagos.

Era el momento de buscar al dueño del espejo que engañaba a quienes se veían  reflejados en el juego de cristales azogados que descomponen y multiplican  la imagen hasta convertirla en una desagradable caricatura.

El agua corrompida continuó mientras la llama de la candelita de basurero se mantuvo como una advertencia de cómo ambiciones personales desmedidas, logran imponer de momento un rumbo equivocado que dura lo que las brisas de verano,  que surgen y se desmayan rápidamente.

Los perredeístas tienen que trabajar sin desmayo porque la candela de la dignidad se mantiene y como dijo el poeta: el agua se aclara sola al paso de la corriente.

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