El agua y luz

El agua y luz

Podría parecer contradictorio o quizás premonitorio, que un país aquejado casi históricamente por problemas con el suministro y consumo de agua y luz (escasez, falta parcial y/o absoluta) tenga un edificio portentoso que fue bautizado «Teatro Agua y Luz». Haciendo parte del conjunto monumental que se conoció como «La Feria de la Paz y Confraternidad del Mundo Libre», inaugurado el 20 de diciembre de 1955 a las diez de la mañana, y siendo el teatro pieza importante de las celebraciones del vigésimo quinto aniversario de ascensión al poder del dictador Trujillo, en él se realizaron los actos caricaturezcos y absurdos de coronación de «Angelita I», en una fiesta de boato imperial europeo y ridiculizante, en medio del trópico antillano.

El Teatro, es una alegoría de espacio interior semi circular encerrado por altas tapias hormigonadas que se engalana sin ostentaciones con fuentes de agua que por torrentes, cascadas, chorros, espejos y rumores permanentes de intensidades y caídas libres, dialogaba con el cielo abierto bajo diminutas gotas y el rocío que se esparcía como tenue lluvia, en ocasiones densas, produciendo pequeños universos de colores bajo el prisma de la luz del sol, o de la luna y de los ocultos reflectores estratégicamente colocados.

Los efectos mojaban todo el entorno inmediato del lugar donde se encuentran los grandes dispensadores que se esconden todavía como reptiles sin vida, cubiertos por el abandono dentro de las albercas que aún se pueden mirar como mudos testigos de un pasado sin retorno del que no pudo volver «el agua y luz» en medio del traumático proceso de democratización que debió vivir el país a partir de 1961.

Si los efectos de agua eran accionados por las noches, el multicolorido de estratégicos reflectores parecía moverse fantasmal al compás increíble de una cadenciosa música dominicana, estilizada e influida por las grandes bandas de norteamérica o por otras heredadas de la ascendencia andaluza, originando sensaciones difíciles de explicar.

Aquel espectáculo para élites, estaba rodeado por la tranquilidad impuesta, hija de la violencia dictatorial, que arrebataba, contradictoriamente, la paz doméstica de los dominicanos.

Aquellas aguas de artificio eran puestas en movimiento gracias a las ideas especiales producidas por un genio de la ciencia de construir sueños con las transparencias del agua y las luces: Carles Buigas Sans (18 de enero de 1898 -28 de agosto de 1979), un catalán memorable para la historia inolvidable del arte cinético de lo intangible.

Buigas había ideado antes, para su Barcelona de la Exposición Universal del 1929, el «Teatro Integral de Agua-Luz Música» e igual concepto lo importó y trasplantó en Santo Domingo, enfatizando lo de «jardín luminoso… sin luces visibles» y lo propuso para el fatuo del año antecedente dedicado al «Benefactor de la Patria y Padre de la Patria Nueva» (1956). Tanto influyó su trabajo que fue condecorado con la orden al Mérito de Duarte, Sánchez y Mella.

El ingeniero electromecánico, Buigas Sans, construyó 560 fuentes en todo el mundo. Ochenta están en Barcelona y dos en América. Una está aquí y se rumora que la quieren demoler dizque para hacer un parqueo. El lector puede tener certeza de que ese edificio, maltratado por el tiempo y la desidia, no evidencia ni parece acoger todo lo que es imposible de expresar sobre sus virtudes como recurso escenográfico, en estas breves letras atrapadas. Porque indiscutiblemente que el edificio como cáscara, como envolvente, como ropaje y escaramuza arquitectónica, no deja de ser una especie de anteproyecto inconcluso que no tuvo tiempo de ser elaborado para pasar a ser un verdadero proyecto ni mucho menos una obra ya pensada para terminaciones de pompa, como se estilaban de antaño, en plena decadencia de la dictadura infame.

Y así se quedó el edificio balbuceando una presencia poco digna de lo que contiene, que es todo un tesoro irrepetible de trascendencia cultural que debiera y debe ser capitalizado como un hito único en la región. Adaptar ahora las tecnologías inexistentes en 1955, recuperar gastronomías extinguidas, bailes y coreografías caídas en desuso, podrían ser un atractivo adicional a su restauración y vuelta a poner en uso. En la capital dominicana no hay un espacio para el arte popular y ese podría serlo, con su connotación de época y su trascendencia técnica y tecnológica.

Las Secretarías de Estado de Cultura y Turismo debieran unirse para concertar un proyecto de rehabilitación del «Teatro Agua y Luz» y devolverlo a la vida dominicana como teatro popular, llenándolo de luz y aguas, para orgullo criollo y el atractivo del Caribe y el mundo. Quizás entonces se llenen los estacionamientos periféricos de esa parte tan abandonada de la ciudad.

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