Cuenta Garry Kasparov en su libro Cómo la vida imita al ajedrez que, cuando le ganó al campeón del mundo en 1985, se le acercó la esposa del derrotado, en medio de la celebración del triunfo, y le dijo: Lo siento por ti.
El día más importante de tu vida ha acabado. Kasparov cuenta esta anécdota como una ilustración de uno de los más grandes retos que enfrenta todo jugador de ajedrez: el peso de los éxitos anteriores.
Incitado por los agudos comentarios de Oscar Medina, Christian Jiménez, Luisín Mejía y Danny Alcántara en el programa Hoy Mismo del pasado miércoles, cito esta historia porque nadie puede negar que el gran ganador en las pasadas elecciones, independientemente de los claros avances del Partido Revolucionario Dominicano (PRD) y de la incidencia en los resultados electorales de una manifiesta inequidad electoral, ha sido Leonel Fernández. Esos resultados, convalidados por el rechazo por parte de la Junta Central Electoral (JCE) de los recursos interpuestos por el PRD y sus candidatos, han conducido a un control absoluto del Senado y a una mayoría en la Cámara de Diputados por parte de Fernández y el Partido de la Liberación Dominicana (PLD).
Esto permite que el presidente y su partido puedan designar por la vía del Consejo Nacional de la Magistratura (CNM) la totalidad de la matrícula de las altas cortes, es decir, el Tribunal Constitucional, la Suprema Corte de Justicia y el Tribunal Superior Electoral, sin contar la JCE designada por el Senado.
Algunos piden que el PRD se cuestione acerca de por qué perdió las pasadas elecciones. Se demanda un ejercicio de crítica constructiva interna que, tarde o temprano, el partido más votado deberá emprender.
Sin embargo, si seguimos a Kasparov, cuando se analiza el resultado de una partida, lo más fácil es predecir el pasado pues, de todos modos, las negras ganaron y las blancas perdieron y siempre nos parecerá que los movimientos del ganador fueron mejores que los del perdedor por la sencilla razón de que funcionaron.
Por eso, insiste el mejor ajedrecista de la historia, saber por qué ganamos es tan crucial como saber por qué perdemos ( ) Hay que ser brutalmente objetivos con nuestros triunfos, porque en caso contrario nos deslizaríamos peligrosamente hacia el estancamiento.
Un exceso de confianza y de autocomplacencia puede conducir al fracaso. El peso de los éxitos pasados crea la ilusión de que todo marcha bien. Como dice Kasparov, es muy fuerte la tentación de pensar solo en el resultado positivo, sin considerar el resto de las cosas que no funcionan, o que podían no haber funcionado, durante el proceso. Después de una victoria, lo que queremos es celebrarla, no analizarla.
Revivimos mentalmente el momento del triunfo, hasta que nos parece que ocurrió de manera inevitable.
Hasta ahora, tras la victoria electoral, Leonel Fernández ha resistido la tentación propiciada por algunos dentro del PLD de sumirse en la autocomplacencia del triunfo. Al parecer, ha pesado más el cargo de presidente de la República que el de presidente de partido, predominando así la visión a largo plazo que el cortoplacismo de quienes extemporáneamente ya hablan de candidaturas presidenciales, cuando queda por delante la partida crucial y que definirá el futuro del país en la próxima década: la designación de los miembros de importantes órganos constitucionales. Un juego en el que el PRD tiene una ventaja: nada de lo que surja de ese proceso, bueno o malo, es de su responsabilidad, pues el PLD puede decidir unilateralmente la composición de dichos órganos.
La obsesión por vencer no debe nublar el entendimiento de quienes tienen la tarea de promover el bienestar no solo de su partido sino, sobre todo, del país. Contrario a lo postulado por cínicos y pragmáticos, a veces, se gana perdiendo y se pierde ganando.
Y es que, en palabras de Churchill, citado por Kasparov, el éxito no es definitivo, ni el error es fatal: lo que cuenta es el coraje para seguir adelante. Como demuestran los casos de Disraeli y De Gaulle, ver todo el tablero, aprender la diferencia entre ganar para perder y perder para ganar, es el secreto de todo buen político y estadista.