Una sólida trayectoria progresista y la experiencia que le da haber gobernado la mayor ciudad de Estados Unidos son los argumentos de Bill de Blasio, el alcalde de Nueva York, para tratar de dar otra sorpresa y hacerse con la candidatura demócrata en las próximas elecciones presidenciales.
“Pueden mirar mi historial, nunca he sido favorito en nada”, recordaba hace un par de semanas cuando se le preguntaba por las escasas posibilidades que a priori tiene su primera aventura en la política nacional.
De Blasio está en lo cierto. Su nombre no ha estado habitualmente en las quinielas y cuando en 2013 ganó la alcaldía de la Gran Manzana lo hizo tras imponerse a varias figuras que partían muy por delante de él.
Ahora, vuelve a salir desde las últimas filas en la multitudinaria carrera por ser el demócrata que haga frente a Donald Trump en los comicios de 2020. Según una encuesta, tres cuartas partes de los neoyorquinos creen que no debería presentarse. Y aunque en muchos círculos de la ciudad su candidatura se ve casi como una broma, De Blasio ha demostrado ser un organizador de campañas extremadamente hábil y con una trayectoria envidiable- nunca ha perdido unas elecciones.
Nacido en Manhattan y criado en Massachusetts, De Blasio regresó a su ciudad de origen en edad universitaria y ya de muy joven se inició en el activismo, apoyando a los sandinistas de Nicaragua, de los que luego terminó por distanciarse.
Pese a moderar sus posturas, se mantuvo siempre en el ala izquierda del Partido Demócrata, donde ganó experiencia gestionando campañas para otros dirigentes, entre ellos David Dinkins, el último alcalde demócrata de Nueva York (1990-1993) hasta que el propio De Blasio ganó las elecciones de 2013.
Lucha contra la desigualdad
El político, que previamente había sido defensor del pueblo de la ciudad, fraguó aquella victoria en dos grandes ejes- la lucha contra la desigualdad y la defensa de las minorías frente a los abusos de las autoridades.
Nueva York, argumentaba, se había convertido en una “historia de dos ciudades”, la de los ricos y la de millones de personas con dificultades para escapar de la pobreza.
Con un multimillonario como Michael Bloomberg en la alcaldía, muchos neoyorquinos veían en aquel entonces cómo la recuperación económica tras la crisis financiera los dejaba a un lado y De Blasio supo canalizar perfectamente aquella frustración.
Además, abanderó la lucha contra la práctica policial conocida como “stop and frisk”, por la que la Policía paraba y cacheaba a personas sin motivo claro, y que se centraba de forma muy desproporcionada en hispanos y negros.
Casado con una afroamericana, los hijos birraciales de la pareja estuvieron en primera línea de aquella campaña y, según muchos analistas, fueron clave para reunir el voto de las minorías.
De Blasio logró ganar apoyado en una amplia coalición en la que también tenían sitio los sindicatos, los jóvenes y los blancos progresistas que caracterizan barrios como Park Slope, en Brooklyn, donde el alcalde tiene su domicilio.
En la alcaldía, sus grandes proyectos han ido en línea con sus promesas- ampliación de la educación preescolar pública, vivienda asequible, proyectos para garantizar un seguro médico a todos los ciudadanos o medidas para proteger a los inmigrantes indocumentados.
Al mismo tiempo, ha demostrado ser pragmático (irritando a algunos de sus apoyos iniciales), lidiando con los poderes económicos de la ciudad y apoyando a centristas en varias elecciones, incluidas las últimas primarias demócratas, donde tras pensárselo mucho respaldó a Hillary Clinton frente a Bernie Sanders.
También ha logrado seguir mejorando la seguridad en Nueva York, que tiene el crimen en niveles mínimos, a pesar de sus tensas relaciones con buena parte del Departamento de Policía.
Sus críticos, mientras, le achacan un empeoramiento del problema de los sin techo, las dificultades que vive el sistema de metro o una ya casi legendaria impuntualidad. También ha estado en el ojo del huracán por sus prácticas para financiar campañas electorales, que han sido investigadas por las autoridades, entre acusaciones de que había prometido a empresarios favores a cambio de fondos.
En enfrentamiento continuo
Más que una gestión deficiente, el gran problema para De Blasio en Nueva York es que nunca ha terminado de caer bien a mucha gente, incluidos supuestos aliados políticos como el gobernador del estado, Andrew Cuomo, un demócrata con el que ha vivido un enfrentamiento casi continuo.
Algunos medios de la ciudad, sobre todo conservadores, le declararon la guerra desde el principio y ahora se burlan abiertamente de sus aspiraciones presidenciales.
Este martes, la portada del tabloide New York Post era un montaje de varias personas riendo a carcajadas junto al título “De Blasio se presenta a presidente». Algunos analistas opinan que su campaña presidencial, más que nada, busca elevar su perfil en el resto del país para lograr algún puesto en una eventual Administración demócrata.
Pero De Blasio insiste en que sólo le interesa ganar y que precisamente él, otro neoyorquino, es el candidato ideal para derrotar a Trump.