El altivo y obstinado coronel Fernández

El altivo y obstinado coronel Fernández

JUAN BOLÍVAR DÍAZ
Hay que agradecer y felicitar a la eternamente joven y vital Arlette Fernández por el libro que acaba de editar con el largo título de «Coronel Rafael Fernández Domínguez, Soldado del Pueblo y Mártir de la Libertad». Ella logra colocarse por encima de las emociones y vivencias de esposa y madre para documentar un libro de 442 páginas con decenas de fotografías, informes, cartas y artículos de prensa, muchos de ellos inéditos, obtenidos tanto en el país como en el exterior, especialmente del gobierno de Estados Unidos.

Tampoco es que olvide completamente la dimensión humana y las emociones, presentes en sus testimonios personales y de muchos de los compañeros de armas del joven militar tan tempranamente perdido por la nación. Las cartas del tórrido romance que los unió para siempre dan un toque de humana ternura a la obra.

El relato de Arlette pasa de amoroso a trágico y de quejumbroso a resignado, pero manteniendo una dignidad que impresiona, y logrando presentar integralmente a un ser humano fascinante desde las primeras manifestaciones de la juventud. Mantiene un hilo conductor que retiene la atención del lector y nos involucra con el personaje hasta el punto de compartir sus lágrimas por la tragedia de su equivocada muerte.

Los testimonios recogidos de los compañeros de generación de Rafael Fernández Domínguez dimensionan al joven oficial líder de la primera promoción de cadetes de la Academia Militar Batalla de las Carreras, que a los 27 años, en enero de 1962, arrestó al general Pedro Rafael Rodríguez Echavarría, abortando la Junta Cívico-Militar que este había impuesto al país, acción que recompuso el Consejo de Estado que gobernaba la nación. Se dibuja la recia personalidad, la valentía y el carisma del militar.

El libro es particularmente valioso en la reconstrucción de los factores que lanzaron a Fernández Domínguez a la lucha por la democracia, la que asumió con irrefrenable obstinación. Su «conversión» parece originada en el gesto supremo de los expedicionarios del 14 de junio de 1959, a quienes le tocó perseguir infructuosamente.

Su compañero de aquella misión, Rafael Quiroz Pérez, dice que aquél le preguntó sin esperar respuesta, «¿Por qué esta juventud se inmola de esta manera?, ¿quién les habrá dicho que triunfarían en una empresa tan imposible? Estos hombres tienen un valor que raya en la temeridad y nos avergüenza su arrojo y pericia en todas sus acciones».

Una muestra del temprano coraje y la decisión del entonces mayor Rafael Fernández Domínguez es que personalmente le rechazó a Ramfis Trujillo la designación como subdirector del Servicio de Inteligencia Militar (SIM) en aquellos días de julio de 1961 en que el hijo del tirano vengaba encarnizadamente la muerte de su padre.

Los estertores de la tiranía fueron templando el ánimo del soldado y su dedicación al estudio y la reflexión lo llevaron al convencimiento de que había que transformar las fuerzas armadas. Por eso sintoniza con el presidente Juan Bosch cuando asume el poder en 1963 y trata a toda costa de evitar el golpe de estado que 7 meses después devolvió la nación a la ignominia.

Rafael Fernández Domínguez, con otros 11 jóvenes oficiales, intentó rescatar a Bosch y su gobierno en la madrugada del 25 de septiembre, cuando fue derrocado, convencido de que «los militares no tienen que estar cambiando gobiernos y menos este, que ha sido electo por el pueblo». El mismo presidente se opone a aquel intento que tenía ribetes de suicida. Pero él y el grupo que lideraba quedaron comprometidos hasta lograr la revolución constitucionalista que en 1965 depuso al gobierno golpista pero se vio frustrada por la invasión militar norteamericana.

La circunstancia de que el movimiento constitucionalista estalla con su ideólogo fuera del país, y que éste se ve imposibilitado de unirse a sus hermanos de armas al quedar varado junto al profesor Juan Bosch en Puerto Rico, crearía las circunstancias subjetivas en que naufragaría su vigorosa y hermosa vida.

En el relato subyace un sino trágico en la vida del líder constitucionalista, tal vez desatado por la trágica muerte de su padre, el general Ludovino Fernández, a quien estaba muy atado emocionalmente, y que tal vez en el subconsciente buscaba reivindicar. Una gran tragedia fue su muerte en la batalla por el Palacio Nacional, el 19 de mayo de l965, apenas cinco días después que pudo ingresar al país.

Al leer el libro de Arlette la tristeza se va apoderando del lector, por la forma tan dramática como termina la vida de un líder militar que pudo haber hecho grandes contribuciones al avance democrático de la sociedad dominicana. Y por la torpeza y brutalidad de la política norteamericana frente a aquellos hombres que luchaban por estadios superiores de vida para dominicanos y dominicanas.

Es vergonzoso que a Fernández Domínguez lo llegaran a considerar miembro de una célula comunista. Aunque para Bosch los estrategas estadounidenses no lo aceptaban «porque se daban cuenta que no lo iban a poder manejar», como se acostumbraba en aquellos terribles tiempos de la guerra fría. De ese coronel de la dignidad decían que era «altivo, arrogante y enormemente obstinado».

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