POR CLAUDIA DE ALBA
El amor puede definirse como afecto profundo hacia una persona; también se designa con este término al afecto benevolente que Dios siente hacia sus criaturas o el efecto reverente que éstas le profesan a Él.

Podemos decir, sin temor a equivocación, que el creador es el mayor dador de amor del universo y una prueba irrefutable de ello que dio a su hijo unigénito para de esa manera lavar el pecado de la humanidad.

¿Y qué diremos de Jesucristo? Fue y sigue siendo un ejemplo inconmensurable de amor, bondad y compresión hacia los hombres.

Pero el amor es también la atracción afectiva y apasionada hacia una persona del sexo opuesto, que constituye el incentivo emocional para la unión conyugal. Un concepto estrechamente relacionado con el amor es la devoción.

El amor sólo puede ser conocido en base a las acciones que provoca el amor de Dios. No trata de un amor basado en la complacencia, se trata de un ejercicio de la voluntad divina en una elección deliberada, hecha sin otra causa que aquella que proviene de la naturaleza misma de Dios.

Hay abundante prueba de que el todopoderoso, creador y Dios del universo es amor. Esta se puede ver en la misma creación física, al observar con qué cuidado tan extraordinario ha sido hecho el cuerpo humano para la salud, el placer y el bienestar del hombre. El ser humano no sólo está hecho para que exista, sino para disfrutar de los animales y en especial de la compañía de sus semejantes, y para gozar de otros incontables deleites de la vida, pero Dios ha desplegado su amor aún más al hacer al hombre y a la mujer a su imagen y semejanza con facultad para la espiritualidad y capacidad de amar. Si en ves de celebrarse un Día del Amor y de la Amistad, éste se mantuviera por siempre en el mundo, los crímenes en todas sus manifestaciones no existiesen.

En vez de un día, que sean todo los días, todo el año para de esa manera hacer nuestro mundo más habitable y pongamos en práctica aquel sublime mandamiento de Dios: «Amaos los unos a los otros».