El amor en estos tiempos felices

El amor en estos tiempos felices

EMMANUEL RAMOS MESSINA
Decía Jardiel Poncela que el amor, aunque no es un tema de actualidad, está siempre de actualidad. ¿Cómo era y actuaba el amor de antes y el de ahora? El tema es actual, dulce y polémico. Muchos dicen que el amor es infinito y eterno, y que ni los enamorados ni el matrimonio han podido matarlo;: otros dicen que en él las costumbres han evolucionado, pues el mundo atómico y digital no es aquel mundo paradisíaco de Adán, Eva y la serpiente.

¿Recuerdan ustedes cómo en el amor antiguo se andaba con la complicidad de flores, serenatas, violines, cartas ardientes, poemas y otros despliegues de pavo real? ¿Y cómo la virtuosa maliciosa y calculadora amada, tras pelucas, abanicos y lunares lograba sus propósitos y sus ojos gobernaban con desmayos de mascarada y coquetería perfumada? ¿Y cómo se cuidaba la difícil virtud con chaperonas, dueñas y cinturones de castidad y otros artefactos y precintos de garantía virginal y amor inaugural? ¿Y cómo Torquemada y su Santa Inquisición, calmado, quemaba en “barbiquiú” a las brujas que preparaban filtros de amor?

Visto desde hoy, a muchos aquel cómico ceremonial romántico causa burlas, risas e indelicadezas, las que olvidamos por respeto a nuestros abuelos y antepasados. Ya lo dijimos, eran los tiempos, las costumbres y desde hoy pedimos a la gente del mañana tolerancia por las modernas costumbres amorosas del presente.

Pero esas costumbres tenían del sólido apoyo intelectual de Platón y Sócrates en El Banquete del Amor, de Homero en La Ilíada y la Odisea, de Ovidio en El Arte de Amar, y de Rubén Darío y su pandilla de princesas tristes…

En esa etapa romántica, el amor y la mujer amada eran divinizados y ennoblecidos, y sólo manchados con discretas infidelidades, que Dios de seguro perdonaba, porque para eso están los dioses (recordad a María Magdalena).

En cuanto al pueblo, a los siervos y esclavos del medioevo, éstos quedan totalmente perdonados, pues eludían el pecaminoso amor cortesano, el matrimonio y otros lujos, y resolvían sus urgencias amorosas, expeditamente, tras los arbustos.

Así, el ceremonial burgués y el enamoramiento eran cosas lejanas de negocios, traficantes matrimoniales de dotes y alianzas de fortunas, o de reyes y reinas para agrandar su poder y reinos. El matrimonio era un simple anexo ceremonial en que los contrayentes apenas se conocían, muchos eran menores, y acontecía que la consumación y el amor lo realizaban en su nombre los válidos, los donjuanes y sacrificadas damas cortesanas, cosas pícaras y placenteras que daban de mucho “fablar en los reinos”, como decía Cervantes. De todas manera se sostenía que el enamoramiento era una ampliación y enriquecimiento del espíritu y del alma; un estado exaltado, inteligente, visionario, rico, conquistador, pues el amante veía más, sentía más, pero hoy se piensa lo contrario. Se sostiene que el enamoramiento en sí es una grave enfermedad mental, una enfermedad del mecanismo de la atención; un estado distraído, miope, que a veces conduce a la melancolía y al psiquiatra. Una manía de verle al ser amado perfecciones que sólo están en la cabeza del amante, que anda como hipnotizado y sin sesos.

Así con pocos sesos salieron de Shaskespeare en Romeo y Julieta, en la Beatriz del Dante; de Homero en un Ulises esclerótico que retornó para caer en los menopáusicos y canosos brazos de Penélope; y de Cervantes los pocos sesos de Don Quijote. Y tras la pretendida muerte del amor romántico, muchos creen que hoy día sólo rige el amor instantáneo, el amor expreso, el amor animal de los gallos y gallinas; “corre, atrapa, pisa, sacude las plumas y te largas, y no ha pasado nada”. Que al finalizar el plumífero romance no hay galanterías para la amada ni un simple good-bye ni lagrimitas sentimentales.

Las opiniones son diversas, y procede poner un poco de orden en el tema: y cuando los tiempos se lleven el amor express y el romántico, pronto quedarán como objetos inservibles y tirados en los basureros, aquellos playboys y donjuanes, gallos desplumados puestos en retiro; y quedarán desacreditados los que creían que el amor eran unas cosquillitas inútiles provisionales y cosas de gallos y gallineros.

Ahora se comprende que detrás del calumniado amor romántico, estaba lo más poderoso del mundo, la coquetería, la picardía, las miraditas tras abanicos, ojos inocentes y andar malicioso: el inagotable poder de Eva y su cómplice la serpiente, y se comprende también, que el “amor-enfermedad” era la dolencia y epidemia más dulce del universo.

Y a los hombres parece aconsejable advertirles que se dejen de romances express, y que comprendan que en estos tiempos felices, el amor anda deliciosamente con perfume de mujer.

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