El amor marginal

El amor marginal

DIÓMEDES MERCEDES
Candente, ingobernable y gobernándonos. Sobre la liturgia de la fidelidad al primogénito amor, al amor de la casa, el amor marginal nos toma desde el fondo de nuestras vidas mismas y nos desencadena.

La vida se niega a su sepultura y salta instintivamente de ella cuando a destiempo se le entierra y ante cualquier estímulo se despierta y se rebela, desbordándose, tomando impulso y otros cursos por los que nos desahogamos como una chorrera que salta al vacío al encuentro del suelo, cayendo sobre el entre peñascos, palmas, helechos y curvas laderas abiertas a la pulsión de nuestra naturaleza que con sus instintos desnudos, se exhibe, pateando formalidades y prejuicios con la copulación de los sexos, nunca más libres, sedientos, agresivos y prohibidos.

Conflictivo amor el separado, el sancionado; pero no menos, sino más grande amor que el consagrado, que aunque sea amor también, es obligado. Obligación que lo descarna, lo desalma o desanima de la libre espontaneidad que nutre al marginal, hecho sin intereses, con puro placer, con puro entregarse, con sed de llenarse y escaparse en vuelo al inconsciente, sin separarse de esa intensa brevedad en la que al vacío existencial le basta una mirada para convidarse y reforzarse en la soledad o semi-soledad de las ausencias en la que el alma se suicida. Llenar la casa de cosas no sustituye el atraerse, el desear más, el enamorarse y por el contrario crea un ambiente donde no hay aire que pueda respirarse. Es el fastidio, el amor de putos o de esclavos.

Allí comienza el camino que puede llevarnos a cualquier parte, con la máscara puesta que nace en la alcoba muerta, dándonos esa dualidad del teatro, que llevamos a cuesta estafando a alguien, o reprimiéndonos, fingiendo la escena, necesitando la contrapuesta. Amor marginal, real, soñado o esperado a veces tanto tiempo, como el andado, desde que con una mirada nos hubimos contactado. Es esta la peor situación, ver nuestra libertad y seguir encadenados, porque no hay sustituto con prostitutos o prostitutas, sólo es bueno el amor marginal cuando es honrado. Amor marginal más grande amor que el consagrado cuando este se ha cansado, porque hace por él lo inesperado, lo inprogramado; o porque programa para él el tiempo robado al otro estado, el estafado, por algo que llega a superarnos por la puerta de atrás ya sin candado.

Los amantes son una especie inextinguible. La formalidad del matrimonio, contrato civil que organiza a la familia y la sucesión, la herencia del patrimonio; organiza también la estructura clasista de la sociedad desde esta misma convención, también crea la sociedad como un gran hospital psiquiátrico al que hemos derivado desde esta plataforma mutiladora de los sentimientos, de las maduras atracciones biopsíquicas y emocionales, disfraz que aprendemos a llevar, interponiendo cálculos de longitud y altura social con desprecio de las calidades de las relaciones que al final ninguna fortuna puede reparar.

La naturaleza es la madre y la maestra de la selectividad, y en la relaciones humanas, el proceso de selección natural de nuestra especie está codificada para mejorar con la reproducción y en cada parto, la excelencia y fortaleza vigorizante de nuestra perpetuidad. Ese vigor no es el muscular, como tampoco lo es el del poder; es una sumatoria física, psíquica, biológica, intelectual, emocional, y de otras herencias genéticas y culturales que de un acto sexual al otro van acoplándose complementariamente de forma instintiva, para salvarnos de los procesos degenerativos y reforzar el único fin de nuestra existencia: la reproducción y la supervivencia. Todo cuanto hacemos va a eso y a la perpetuidad por vía del proceso de selección que en la copulación sexualmente empática tiene su concreción. Mientras todavía las parejas se atraen tienen poder procreativo; de ahí para adelante en las parejas unidas habrá solidaridad, hermandad, auxilio recíproco para la supervivencia individual, o lo contrario, agresivo repudio. La capacidad productiva de los humanos y su capacidad reproductora van paralelas en el tiempo, si hay condiciones sociales para esa doble fecundidad.

Celebremos a los amantes que en la formalidad del matrimonio pueden mantener por sí mismos viva la vida recíprocamente, según las leyes de la naturaleza. Mas condecoremos a los rebeldes, que para cumplir con la función vital colman sus vacíos existenciales y carencias emocionales y sexuales con el amor marginal, compensador y dichoso. ¿Conflictivo? Si! Pero restaurador también.

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