El amor nunca se olvida 

El amor nunca se olvida 

POR MARIEN A. CAPITAN
Los caramelos color naranja, como cada día, llegaban vestidos con una sonrisa. Era una época, dorada y tierna, en la que él era joven y disfrutaba con cada tontería que nosotras hacíamos.

Son muchas las cosas que fuimos guardando de aquellos tiempos. Su colección de cerdos, que todos fuimos engrosando poco a poco; su devoción por la paella, cuyos ingredientes mezclaba sabiamente para dar de comer a la familia cada domingo; su mesa de billar, que sobrevivió más tiempo que sus estallidos de mal humos… su música, esa música que siempre oyó.

Los meses de julio y agosto siempre fueron suyos. La celebración del 31 de julio, día de su santo, era la antesala de lo que sucedería el 30 de agosto, el día de su cumpleaños. Tan suyos eran esos días que, aunque parezca inexplicable, se fue el 30 de julio del año 2001.

Ya han pasado tres años desde que mi abuelo se marchó para no regresar. La vida, el destino, Dios, la naturaleza o lo que fuere, se lo llevó antes de que estuviéramos preparados para dejar de verle (bueno, en realidad creo que nunca estaremos preparados para ver morir a ningún ser querido). Ahora, un tiempo después, seguimos extrañando su risa plena, sus dejos de nostalgia y, sobre todo, su dulce mirada.

Parecería increíble pero, por más que intentemos disipar y continuemos con nuestras vidas, es imposible olvidar a quienes hemos amado de verdad. Por eso, querido Yayo, vuelvo a escribirte el día de hoy. Con la mirada húmeda, pensando en lo distintas que fueran mis vacaciones si aún estuvieras aquí, vuelvo hacia ti para decirte que el paso del tiempo jamás borrará tu recuerdo.

Las ramblas, como testigo mudo de los paseos de antaño (muy antaño, la verdad); la calle de la tía Pily, los rincones amados por la Yaya y por ti; las comidas en el puerto de Estepona y las tranquilas conversaciones que tuvimos… ¡cuántos momentos para volver a vivir!

Sé que tu partida nada tiene que ver con el olvido de tus acertados comentarios o los consejos velados que, como quien no quiere la cosa, se han quedado en mi alma. Tu cuerpo no está, es cierto, pero lo que fuiste continúa y continuará siempre conmigo.

Tal vez esa es la razón por la que siempre veo tu foto. Quizás, aunque no me he detenido a pensarlo, ese es el motivo por el que me descubro contándote cosas y riéndome al pensar en lo que me dirías por tal o cual motivo.

No, no te has ido. Me haces olvidar, aunque no lo sepas, la tortura de no saber qué pasará con nuestras vidas y una sociedad que parece ir cada día para atrás. Son instantes, es cierto, pero te agradezco que todavía ahora me puedas ayudar a disipar un poquito.

A pesar de que la tristeza de tu inesperado adiós siempre vivirá conmigo, debo decir que siempre intento recordar los buenos momentos que pasamos juntos. Al hacerlo, aunque el dolor no se vaya, tengo que reconocer que fuimos felices.

No todo fue color de rosa. Hubo cosas feas y medio feas que, por supuesto, tan poco se pueden olvidar. Eso, sin embargo, es pequeño frente a todo lo demás.

Hoy quería hablar contigo y de ti. Hoy quería decirte que, aunque hayan pasado tres años desde que no estás, me sigues importando tanto como siempre. Nunca, pero nunca, dejaré de decirte que te quiero muchísimo. Un beso y, donde quiera que estés, cuídate mucho.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas