El análisis poético: Algunos conceptos elementales

El análisis poético: Algunos conceptos elementales

POR LEON DAVID
continuación
El vocablo poético está siempre impregnado de sentimiento, siempre se nos aparece envuelto en un halo emotivo que remite, contumaz, a una tensión anímica específica, a una vivencia que hasta ese instante mismo no había encontrado nombre. El concepto generaliza, abstrae, refiere, define; la palabra poética manifiesta, revela, expresa, dibuja, encarna un estado de ánimo, un escalofrío espiritual, recreándolo estéticamente.

Meditación y efusión lírica derivan a dos procesos distintos que si bien tienen puntos de confluencia, difieren en lo que toca a los objetivos que persiguen, los recursos que utilizan y el modo como se las apañan con tales recursos.

Llegado, sin embargo, a estas inmediaciones de mi cavilación, una inquietud asoma molesta y persistente: ¿No estaré hilando demasiado fino? ¿Se me habrá ido la mano en excesivas sutilezas? ¿Habré cedido a la tentación de apurar los argumentos más allá del límite prudente y adecuado? ¿No pecan algunas de mis afirmaciones de aventuradas, algunos de mis razonamientos de ambiguos, más de una de mis explicaciones de abstrusas, arbitrarias y ligeras?

En la defensa entusiasta de la propia opinión sobran ocasiones de transgredir la lógica, el sentido común y hasta ese mínimo de objetividad que es dable exigir a cualquier investigación medianamente seria. ¿No serán entonces las disquisiciones que anteceden fruto antes que de serena ponderación, del concubinato indecoroso de la imaginación exuberante con la afectividad desenfrenada?

Sólo existe un modo de averiguarlo: someter nuestras aseveraciones a la prueba de fuego de la práctica; pasar de la enunciación teórica general al terreno mismo de los hechos, al poema.

Escojo, no sin dudas y tanteos, entre la pasmosa producción del cantor de Fuente Vaqueros, este dignísimo soneto:

 

A MERCEDES EN SU VUELO
Una viola de luz yerta y helada
Eres ya por las rocas de la altura.
Una voz sin garganta, voz oscura
Que suena en todo sin sonar en nada.

Tu pensamiento es nieve resbalada
En la gloria sin fin de la blancura.
Tu perfil es perenne quemadura,
Tu corazón paloma desatada.

 Canta ya por el aire sin cadena
La matinal fragante melodía,
Monte de luz y llaga de azucena.

 Que nosotros aquí de noche y día
Haremos en la esquina de la pena
Una guirnalda de melancolía.

 

Sería menester una total esclerosis del sentimiento, una absoluta petrificación de la potencia estética o una irremediable y definitiva preterición espiritual para permanecer indiferente ante la punzante nostalgia dolorosa y fúnebre palpitación que alienta ese acabado, nítido, rotundo, categórico soneto elegíaco. Para ensalzarlo cortas me lucen las palabras y demasiado desteñidas; tampoco hacen falta… El lector menos atento e impresionable advertirá al punto en los versos del poema trascrito un oleaje anímico profundo, una inusual brillantez expresiva y una autenticidad sensitiva incuestionable. El padecimiento de la pérdida helo aquí convertido merced a prodigiosa metamorfosis en cincelada muestra de orfebrería; la tribulación, en lugar de tomar el camino expedito del llanto, ha dado origen a un objeto lingüístico donde el quebranto se trasmuta en embelesado deleite artístico, la frustración ocasionada por la desaparición del ser amado se convierte en regalada satisfacción poética.

No es menester hallarse abastecido de extraordinarios conocimientos literarios para comprender que ese poema es el grito de protesta del hombre que se rebela ante la ausencia irreparable del ser querido. No dejará de observar el lector menos proclive a los reclamos del sentimiento que en su conjunto constituye el soneto una queja rimada, un rítmico plañido del corazón que así reacciona a causa del brutal golpe de la muerte que le ha despojado de aquello que tenía.

Si por contenido de un poema se entiende el temple emotivo en él manifestado, el tema sobre el que versa o las ideas que al paso puedan atajarse, no sería erróneo concluir que el de las estrofas lorquianas que nos ocupan es el que acabamos de mencionar: hondo lamento melancólico del poeta a resultas del fallecimiento de una persona a la que amaba entrañablemente.

…Plañido, lamento, queja…, muy bien, ¿y luego?; porque ¿acaso hemos compendiado el sentido estético de ese glorioso poema con semejante aserto de índole puramente abstracta y racional? ¿Acaso cabe plegar sin ofensivas amputaciones la feliz expresión verbal del mentado soneto a un árido esquema teórico, a una simple fórmula conceptual? De obrar así permaneceríamos en los alrededores del texto sin conseguir nunca penetrar en sus recónditas intimidades. Ese presunto análisis de contenido que se contenta con reconocer y dar nombre a una emoción no sólo no agota la esencia del hechizo poético, sino que de antemano tiende a cerrar todas las puertas para su adecuada aprehensión. Ese procedimiento simplista, ese reduccionismo soso que se complace en trasvasar a tesis e ideas la exquisita complejidad y vida esplendorosa de la creación literaria se me hace comprobadamente dañino de puro trivial y trasnochado.

Encarar el poema desde la engañosa perspectiva del contenido que en los renglones que anteceden hemos censurado, conduce a repetir el dislate de aquel observador ingenuo que juraba imponerse del significado de un cuadro al distinguir representados en la superficie del lienzo una serie de objetos y figuras que le eran familiares; al reconocerlas en tanto que imágenes de seres del mundo real extra-artístico, suponía que ya nada quedaba por decir de la pintura cuando, en verdad, no había pronunciado sobre la creación pictórica en cuanto tal ni una sola palabra. En vez de detenerse en considerar las cualidades específicamente artísticas del cuadro, nuestro inocente fruidor se limitaba a descubrir parecidos, obvios por demás, entre las formas que el pincel había colocado sobre la tela y ciertas cosas de la vida real. ¡Como si la ilusión de realidad fuese razón determinante y excluyente de la calidad artística de una pintura! ¡Como si su bondad estética dependiera del tema escogido y representado y no de la personal interpretación plástica, del peculiar y enriquecedor tratamiento a que parejo tema fuera sometido! Advertir en el cuadro solamente un paisaje conocido o un conjunto de objetos cotidianos es hacer caso omiso de la existencia artística de las imágenes que el pintor nos propone; es confundir la obra gestada por el pincel con algo que está fuera de ella, y que no forma parte de su realidad; es prescindir olímpicamente del universo plástico, el cual estatuye en el plano de la contemplación estética normas propias que trascienden con mucho la menguada satisfacción que la más esmerada mimesis pudiere procurar… Porque las manchas, planos cromáticos, líneas y figuras que sobre la superficie del lienzo nos convidan, por ostensible que sea su semejanza con ciertos objetos del mundo ordinario, no se confunden con estos; responden las formas pictóricas a las leyes de la existencia plástica y sólo a favor de esas leyes pueden ser desveladas; desconocer dicha realidad significa destruir de un simple y brutal manotazo toda posibilidad de aprehensión y deleite artísticos.

No otra cosa, mutatis mutandi, ocurre con el poema cuando se comete el despropósito de abordarlo desde la perspectiva banal y extra-poética del tema o contenido. Al identificar la clase de sentimiento que encierran los versos y conferirle nombre no avanzamos mucho más en la elucidación estética del texto que el inexperto aficionado a la pintura del que, en el párrafo que precede, nos hemos ocupado. Pues si las imágenes que el óleo exhibe no admiten ser asimiladas gratuitamente a las formas de otro orden no artístico de la vida sin adulterar así lo único que asegura la identidad irrenunciable de la creación, su irreducible naturaleza estética, de guisa similar, lo que hace que el poema sea poema no es el argumento o asunto aisladamente considerado, ni las ideas escasamente originales que puedan allí espigarse, ni el carácter del sentimiento que lo inspira, sino su particular concreción en un símbolo lingüístico sui generis de reveladora y expresiva eficacia.

Que si el concepto funciona en base de lo que identifica y une sentando lo general y afirmando lo común, no puede el arte aflorar sino partiendo de lo que diferencia y distingue, postulando lo peculiar y subrayando lo personal y propio. Nada entrega el poema de sustancial cuando se le aplica una estrategia crítica que no le corresponde. Si el pensamiento discursivo tiene su vía por donde se enrumba y adelanta, justo es convenir que el arte también avanza por sendero autónomo. Tan notoria verdad absurdo sería preterirla.

Quedarnos en la enunciación y discriminación del tema, avenirnos a la mera tarea de dar nombre al sentimiento expresado sin valorar detenidamente su matizado tratamiento, el sabor inconfundible del tono, la reverberación emotiva de las imágenes, el elocuente despliegue del ritmo, el vigor de la fantasía que nutre la seductora entraña de los símbolos es condenarnos a girar y girar en torno al pozo sin esperanza alguna de abrevar en la celada frescura de sus aguas.

Decir que el soneto de Lorca es una composición elegíaca en la que el vate se lamenta por la fatal desaparición de una mujer llamada Mercedes, no me luce muy conspicua muestra de penetración analítica; descubrimiento semejante está a la mano del lector más reacio a las virtudes literarias y del exégeta menos exigente, observación pueril sobre la que todo comentario sería redundancia.

Si es nuestro propósito esquivar la glosa insulsa acerca del amor y de la muerte a que se presta el motivo desarrollado por el granadino genial –tentación a la que el escoliasta fácilmente sucumbe– se impone trascender los linderos de tan superficial constatación temática.

Es entonces cuando comienzan las dificultades; entonces y sólo entonces nos arrimamos al poema asumiéndolo como objeto real de interpretación y no como pretexto para divagaciones variopintas que más valiera ahorrar.

 

 

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