El aniversario de una batalla muy singular

El aniversario de una batalla muy singular

Hoy se nos presenta una buena oportunidad de recordar el enfrentamiento sangriento de haitianos y dominicanos en Santiago. Aquellos estaban decididos a doblegar la decisión dominicana de ser libres e independientes como ya lo habían manifestado un mes antes. Fue en la noche del 27 de Febrero de 1844, el mismo año de la batalla del 30 de Marzo.
La leyenda se ha encargado de tejer una historia muy adornada para el patriotismo en donde los haitianos fueron masacrados por el improvisado ejército dominicano. Mientras las partes de batalla del estado mayor dominicano informaba de cientos de bajas y heridos del lado haitiano, del lado dominicano solo se experimentó una baja. Como leyenda es muy hermosa y se reviste de una fantasía que sugiere que las tropas dominicanas estaban protegidas por una coraza divina.
Fue un enfrentamiento en que las dotes estratégicas de José María Imbert contribuyeron al triunfo dominicano. En especial por la distribución de la artillería en tres fortines llamados Dios, Patria y Libertad. Estaban apuntados hacia el oeste, del lado oriental quedaban los cerros de Santiago como el del Castillo. La artillería sería disparada hacia la llanura de Nibaje en donde los invasores habían cruzado el río Yaque del Norte. Allí recibieron una lluvia de plomo y metralla. Unas cinco horas después de iniciado el ataque obligó al general haitiano Pierrot a solicitar una tregua para parlamentar y retirar sus muertos y heridos.
Persiste hasta nuestros días de cómo los haitianos fueron masacrados al sufrir bajas de cerca de 700 soldados muertos mientras las bajas dominicana se limitan a informar de una sola. Es el gran enigma insoluble en nuestros días de que nuestros soldados estaban protegidos por la divinidad, o que los haitianos solo utilizaban balas de fogueo o sus sables estaban sin amolar. Los invasores fueron aplastados y en su desordenada retirada hacia Cabo Haitiano fueron hostigados permanentemente por las guerrillas cibaeñas y dejaron abandonados un reguero de muertos y heridos.
Los haitianos huyeron a todo lo largo del Yaque del Norte para cruzar el Masacre y llegar a Cabo Haitiano. Allí Pierrot se enteró que los dominicanos lo engañaron con la muerte de Herard en Azua y que él lo esperaba en ese poblado. A partir de esa derrota del 30 de Marzo se inició en Haití un período de luchas políticas por alcanzar o mantener el poder. Los haitianos descansaron en su atosigamiento a los dominicano hasta 1849.
Entonces los políticos dominicanos, con el descanso de las invasiones, pudieron organizar a su gobierno. Pero las ansias de venganza de Pedro Santana como presidente era ensañarse en contra de los grupos de jóvenes independentistas. Casi todos habían pertenecido a la sociedad La Trinitaria fundada por Juan Pablo Duarte en 1838 para atraer toda la disidencia criolla y orientarla por un sendero de la libertad. Ellos se vieron perseguidos, encarcelados, fusilados o deportados hasta que Manuel Jiménez resultara electo presidente y en 1848 decretó una amnistía para que retornaran los exiliados.
Los haitianos descansaron en sus invasiones al lado oriental de la isla hasta 1849. En ese año el general Soulouque tomó de nuevo la ruta hacia oriente. Vino con más fe, muchos soldados y mejor apertrechados. Pero se vieron aplastados por la valentía dominicana en la batalla de Las Carreras el 21 de abril de 1849. Fue a orillas del río Ocoa y a unos 20 kilómetros de Baní de donde procedían algunos regimientos de soldados, la mayoría improvisados pero dispuestos a defender su Patria de cinco años de independencia. Fue una batalla mejor organizada con criterios estratégicos de distribución de la artillería, de la caballería y de los soldados de a pie en el campo de batalla. A ambos bandos los separaba el pedregoso lecho del río Ocoa.
La cuota tan baja de víctimas dominicanas en la batalla del 30 de Marzo pudiera tener su origen en cuanto al color de la piel de las tropas. Eran muy similares en la mayoría de los dos ejércitos. Quizás todo soldado negro muerto se contabilizaba de inmediato como haitiano. Solo la oficialidad usaban uniformes, los soldados andaban harapientos, descalzos y armas improvisadas. Con la marcha de la caballería de los andulleros de Fernando Valerio cabe destacar la acometida de ellos con el machete. Imbert le encargó de cargar en contra de las filas haitianas causándole grandes bajas. Los enfrentamientos terminaban con la carga al machete de los dominicanos expertos en el uso de ese instrumento de corte en sus labores agrícolas. Se aprovechaba la tregua que permitía la artillería dominicana sin disparar sus mortíferos obuses para entonces llevar a cabo la carga de la caballería.

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