El año perejil

El año perejil

FRANCISCO ALVAREZ CASTELLANOS
Se asegura que los haitianos son incapaces de pronunciar acertadamente la palabra «perejil». Y que esta «incapacidad» fue la presuntamente culpable de la matanza de haitianos en el 1937, por órdenes de Rafael Trujillo.

Los haitianos recordarán (no sé con qué motivo) algo que deberían olvidar. No fue una confrontación de los pueblos haitiano y dominicano. Fue una orden dada por un dictador por cuyas venas (por parte de su abuela) corría «algo» de sangre haitiana.

Se dice que en esa matanza murieron 10,000 a 30,000 haitianos, pero historiadores de fuste señalan que la cifra no pasó de 3,000, en el peor de los casos.

Ahora los haitianos han iniciado una serie de actividades para conmemorar el aniversario número 70 de esa matanza, lo que llevará a cuando menos dos generaciones a entrar en contacto cuasi directo con un capítulo que debe permanecer estrictamente en los libros de historia.

No existe ninguna disculpa para matar, salvo que sea en defensa propia.

Yo soy del criterio de que si dos naciones, de orígenes culturales y raciales totalmente diferentes, existan en una pequeña isla de menos de 50,000 kilómetros cuadrados, en armonía, es un éxito.

Y creo, que revivir sucesos como los del 1937 (en Haití), es un error. También creo que no sé qué se busca con ello.

Porque nosotros, los dominicanos, pudiéramos revivir también los 22 años de oprobiosa dominación haitiana de nuestro país.

Y si de masacres quiere alguien hablar, que recuerde que pasó en la iglesia parroquial de Moca en el 1844, cuando los haitianos, que nos habían subyugado durante más de dos decenios, asesinaron a centenares de personas que se habían refugiado en el templo.

Yo escuché de labios de mi abuela paterna Gumersinda Almánzar (Mamachino), lo que pasó en Moca, porque su madre, o sea mi bisabuela, estaba en el templo cuando entraron los haitianos. Y se salvó porque se tiró al suelo y se hizo la muerta. Un soldado le dió un bayonetazo en una pierna para asegurarse, y mi ascendiente ni se movió…salvando así su vida y convirtiéndose en testigo de un hecho horrible.

Pero nosotros preferimos no recordar esas cosas. Durante la ocupación haitiana de Saint Domingue, La Vega Real, mi pueblo natal, tuvo un gobernador que aún es recordado por su comportamiento para con el pueblo. Se llamaba Plácide Lebrún, y si no las han sacado, sus cenizas reposan en el centro de lo que fue la glorieta del parque Duarte, de La Vega. Fue un gran gobernador y los veganos de aquellos tiempos lo recordaron con agradecimiento, y pasaron esos buenos recuerdos a las siguientes generaciones.

En Puerto Príncipe, un comité formado por «personalidades» de varios sectores del vecino país, iniciaron el pasado dos de octubre la conmemoración de la «masacre del 1937», como una ocasión de «armonizar las relaciones entre los dos países». Vaya forma de armonizar nada.

Haitianos y dominicanos no tenemos problemas, aunque la entrada al país de cientos, miles de haitianos ilegales, nos tengan en zozobra. Hace pocos días 500 haitianos fueron devueltos a su país cuando trataban de entrar al nuestro. Asimismo, unos 15,000 dominicanos están establecidos en Haití legalmente. Y el Gobierno nuestro acaba de enviar a la frontera a 500 soldados entrenados durante dos años, para mantener clara la situación en la zona.

Haití es hoy un país democrático presidido por René Préval. Pero debido a las condiciones de su devastado suelo, pasa por grandes problemas que hay que ayudar a resolver. Pero no la República Dominicana sola, sino la OEA, la ONU y cuantas organizaciones internacionales existan.

La «élite» cultural haitiana es de primera clase (recuerdo ahora a Raymond Beaulieu, periodista, escritor y abogado, quien fuera mi compañero de estudios en Quito, Ecuador, en el 1962), pero necesita de la ayuda ya citada para que su país se enrumbe por caminos de progreso general.

Ayudar a los haitianos en Haití, es un deber de todos. 

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