El antro de Trofonio

El antro de Trofonio

LEO BEATO
La leyenda de Trofonio es una leyenda que se puede aplicar a cualquier país. Trofonio y su hermano Agamedes fueron los arquitectos que construyeron el templo sagrado de Delfos. Junto a él construyeron el palacio del rey Hiereus, creando un pasadizo secreto que les permitía el acceso a los tesoros del rey. Cuentan que era tan estrecho que todo el que penetraba en él tenía que retirarse inclinado y de espaldas.

Así conocí yo al dictador dominicano. Lo vi de lejos cientos de veces y de cerca más de diez cuando acudía a la Catedral Primada de América durante aquellos interminables “Te Deums”. Mi condición de “Caudatario” (el que llevaba la cola de la capa medieval del Arzobispo) me permitía formar parte de la comitiva. Ante él los locos se volvían cuerdos y los cuerdos perdían la razón poniéndose a delirar inventando ditirambos rimbombantes, comparándolo con figuras mitológicas que tanto halagaban al gran Coyopo de San Cristóbal.

El doctor Balaguer lo comparó con Pericles y con Cretón. De hecho, su segundo nombre, Leónidas, era el del insigne rey espartano y héroe de Las Termópilas. Cuando penetraba con su séquito de sicofantes siempre me estrechaba la mano sonriendo como si me conociera desde la infancia. “¿Qué dice ese padrecito?” era su saludo de rigor. Noté que tenía un ojo ligeramente más pequeño que el otro. Me inclinaba sumiso para luego retirarme de espaldas como en el Antro de Trofonio.

“Él puede leer tus pensamientos”, me dijo mi tío que era miembro del Cuerpo de Ayudantes.  El Trofonio de la fábula terminó cortándole la cabeza a su hermano Agamenes para que encontraran su cuerpo y no supieran que eran ellos dos los que se robaban el tesoro del rey. El Trofonio criollo se robó todo el país. La promesa del oráculo se cumplió cuando le cortaron la cabeza también a él desangrando así al país. Ahora tenemos que rogarle a Dios para que el Trofonio de las elecciones no nos cercene a todos lo que nos queda de cerebro como país.

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